Editorial

Pesadilla

Pesadilla

Es mucho lo que se habla cuando inmigrantes cubanos o dominicanos intentan alcanzar costas de la Florida o Puerto Rico en  yolas, pero por alguna razón se minimiza el drama de haitianos que también  desafían el mar Caribe sin poder alcanzar el mentado Sueño Americano, como los 38 que murieron ahogados el  Día de Nochebuena al zozobrar la embarcación en que viajaban.

El barco, que zozobró en aguas cercanas al extremo oriental de Cuba, cargaba al menos 125 inmigrantes, 87 de los cuales fueron rescatados por  la tripulación de un guardacostas cubano, que también localizó los cadáveres de  21 hombres y 17 mujeres y aún continúan  la búsqueda de otros posibles sobrevivientes.

Las posibilidades de ese nutrido grupo de haitianos de alcanzar las costas de la Florida eran mínimas y en el remoto caso de que lo lograran lo más probable  era que  agentes de inmigración los apresaran y desde el mismo lugar los retornaran  a Haití, diferente al trato que se dispensa a  ciudadanos cubanos que al tocar playas estadounidenses pueden ampararse en un estatuto que les confiere asilo político.

No hay dudas de que  las penurias haitianas son mucho más cruentas que  las que se padecen en República Dominicana y Cuba, pero es menester señalar que los motivos de las crecientes travesías por mar  de indocumentados  procedentes de esas naciones tiene su causa principal en las  dificultades económicas que padecen.

La mayoría de los cubanos que se hacen  a la mar en intento por llegar a Estados Unidos alegan problemas políticos, pero el objetivo último de esos peligrosos viajes no es huir de la opresión, sino de lograr reunirse con familiares o relacionados ya establecidos en Estados Unidos y poder así ayudar a los suyos que dejan en la isla.

Esa es la misma razón  por la que  cientos de dominicanos venden  sus pocas pertenencias para pagar por el derecho a abordar una endeble embarcación  con la promesa de llevarlos a Puerto Rico, donde la mayoría nunca llega, pues o son apresados antes de zarpar o al  arribar a su destino o se reservan como  comida  de tiburones.

Las costas de la Florida están virtualmente blindadas por guardacostas estadounidenses que casi a diario  devuelven barcos repletos de haitianos a quienes tan agobiante miseria no les permite distinguir  qué sería mejor, si intentar llegar a Miami o morir ahogado, como  les ha ocurrido a 38 inmigrantes de esa pobre nación.

Al  consignar pesar por  esa tragedia, se reclama  de Estados Unidos y otras grandes metrópolis que  alientan  proverbial indiferencia ante el drama haitiano, a no pretender  esconder bajo la alfombra frecuentes  tragedias de decenas de inmigrantes que  mueren ahogados en el mar Caribe al intentar alcanzar un sueno que  casi siempre se convierte en pesadilla.

El Nacional

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