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Picasso: el período azul

Picasso: el período azul

De Picasso (1881-1973) se han escrito libros variopintos, ensalzando su brillante creatividad cubista. Sobre su persona se han hecho acotaciones en torno a su cinismo amoroso y los lances de su generosidad, biógrafos han disertado sobre su errancia bohemia con Max Jacob y el gran pintor Braque, sobre su fortuna y su filiación al Partido Comunista Francés. Copiosas son las monografías dedicadas a su obra, en particular en Francia, a la eclosión del cubismo y las luces aportadas por su ingenio ubicuo. Pero la crítica y los historiadores del arte han deambulado con prontitud y de manera superflua sobre el denominado período azul.

El arte pictórico, como el lance poético, o la enigmática creación musical, no responden como se cree a la idea romántica de inspiración, o a una combinatoria de colores y formas salida de las destrezas creativas de pintor. El pintor confrontado a la realidad existencial, fragua de manera afectiva su posicionamiento ante el entorno social y sus vicisitudes.

El pintor no pinta lo que ve sino lo que siente ante lo que ve. El vivir y su sensibilidad real configuran su imaginación.

En este orden de ideas Picasso, en sus creaciones primigenias, interioriza su mal vivir, aúna impresiones sombrías de su más cercano entorno, y en esa simbiosis de percepción y afectos, elabora sus cuadros.
Apenas tiene veinte años cuando alrededor de 1901 sobreviene su visión azul del mundo, en un París agitado por la bella época y su contrapartida urbana, la miseria domiciliaria, apelación de los historiadores sociales para referirse a perímetros enteros de la capital gala hundidos en una inmensa cadena de alojamientos añosos e insalubres.

Para el joven Picasso son momentos de ruda miseria, de incertidumbre, durante los cuales dormita en el suelo de algunos metros cuadrados que le cede Jacob, en un lúgubre hotel sin calefacción. París no era fiesta como lo proclamaría decenios después Ernest Hemingway.

Picasso se encuentra abrumado por el suicidio de su gran amigo Carlos Casagemas, rechazado por la modelo Germaine Pichot, de quién se había enamorado con desquiciada obcecación. Además desestabilizado por la carencia de dinero, se vio compelido a mudarse a un tugurio desvencijado que oficia de taller. El veinteañero nacido en Málaga, es una persona vitalista, dinámica, pero su derredor es siniestro, está arropado por el fantasma de la pobreza, los vinos malos y los almuerzos escasos e insulsos.

El color azul, el más popular en el occidente según el gran especialista de los colores Michel Pastoureau (ver su Historia del color azul), evoca en la mente europea, el mar, el cielo infinito y es adoptado desde la Edad Media por las diferentes sensibilidades cristianas. En Picasso, sin embargo, ese azul y sus diferentes grados de saturación cromática, cubren las figuras humanas dibujadas, de un sombrío halo de desolación y abatimiento.

Es de subrayar que los colores en general no fungen como capas decorativas o componentes agregados a las formas; algunos teóricos le han dado una psicología a cada color condenándolo artificialmente a trasmitir un sentido. Nada más vano y falaz que atribuirle al color un sentido determinado, o un afecto definitivo.

El color, al contrario, es un elemento dinámico de la morfología de la imagen, sin el cual no sería más que un esqueleto gráfico.

En el Autoretrato, y el Almuerzo del ciego el gran artista español dibuja formas de personas (el mismo Picasso y el ciego) desencarnadas, casi fantasmales, sin embargo es el color azul que le da una fúnebre tónica de desesperanza a esos seres postrados.

En una obra titulada Picasso: El Sabio y el Loco, Marie Laure Bernadac y Paule de Bouchet dilucidan con pertinencia esta simbología contextual del azul en la pintura del joven español: “Es un color profundo y frío, un color en armonía con la miseria y el pesimismo, con una cierta desesperanza. Este período de la creación plástica de Picasso está enteramente envuelto en la mirada melancólica”.

En el cuadro (1901) que realizó sobre su fiel amigo, el joven poeta Jaime Sabartes, a quien conoció en Barcelona, el azul oscuro de su atuendo, y el azul claro que sirve de fondo envejecen al poeta que parece perdido en una honda tristeza, acompañado de su jarra de cerveza.

Sin embargo, el cuadro supremo de ese periodo será La Vida (1903). En él vemos una pareja desnuda a la izquierda, cuya juventud se esfuma en el desconsuelo y, a la derecha, una madre famélica revestida de azul con un bebé en la mano, simbolizando la fragilidad de la vida. Al fondo el pintor emplaza dos cuadros dentro del cuadro donde aparecen imágenes humanas de postración.

La estética del azul permite a Picasso abordar lo que su compatriota Miguel Unamuno llamó la condición trágica de la vida.
El autor es escritor y profesor universitario

El Nacional

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