El papa Benedicto XVI ha proclamado que la Iglesia tiene que despojarse de su riqueza terrenal y de su poder político para abrirse a las preocupaciones del mundo, y ha admitido que desciende la práctica religiosa y que una parte de los bautizados abandona el catolicismo, en lo que se define como las más acres y fuertes críticas hechas en muchos años por un prelado al rol del Vaticano.
Benedicto anhela una Iglesia alejada de lo fastuoso y de retorno a la secularización, virtudes que contribuyeron a su purificación y a su reforma interior, por lo que considera que una vez liberada de su peso material o político, puede dedicarse mejor y de manera verdaderamente cristiana al mundo entero.
Como para no dejar lugar a dudas en torno al contenido de su revolucionaria proclama del domingo ante una concentración de católicos alemanes, hoy a su retorno a Roma el Papa reiteró en la Plaza San Pedro que la Iglesia tiene que liberarse de las cargas materiales y políticas para ser más reflejo de Dios y volvió a condenar los casos de clérigos pederastas.
El solo reclamo del vicario de Cristo para que la Iglesia se despoje de su riqueza material y de todo su poder político para poder renovarse debería significar un sacudimiento inimaginable en las estructuras teológicas y jurídicas de una de las instituciones más antiguas del planeta.
El patrimonio material del Vaticano acumulado durante siglos se define como inmenso, aunque la mayoría de naturaleza contemplativa como los templos, obras artísticas, museos, o vinculados a la formación religiosa y académica, como universidades y seminarios en todo el mundo, aunque también la Iglesia controla medios de comunicación y corporaciones empresariales.
Inmenso es también su poder político, alcanzado y consolidado a lo largo de la historia con la fe o con la espada, que radica hoy en la fidelidad que profesan millones de católicos en todo el mundo a su Iglesia, cuya imagen ha sido diezmada a causa de sucesivos escándalos de sacerdotes pederastas.
El cardenal alemán Joseph Ratzinger, quien antes de ocupar el trono de Roma fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y presidente de la Comisión Teológica Internacional, parece decidido a liberar a la Iglesia de su peso material y político para que pueda nuevamente vivir de manera más libre su llamada al ministerio de la adoración de Dios y al servicio del prójimo.
La feligresía dominicana, junto a sus obispos, sacerdotes y laicos está compelida a orar intensamente para que tan revolucionaria cruzada anunciada por Su Santidad, el Papa Benedicto, sea coronada por el éxito y que Roma se abra a los humildes y que los pobres lleguen a Roma.
