Opinión Articulistas

Publicidad dominicana

Publicidad dominicana

Efraim Castillo

“La publicidad, como estrategia narrativa del entramado cultural, genera paraísos artificiales del consenso, a salvo de cualquier represión o culpa sancionada por una moral rigorista: la publicidad asume la responsabilidad moral del cuerpo social y sustituye la moral puritana por una moral hedonista. —J. Baudrillard: El sistema de los objetos” (1969).

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Podría pensarse que la publicidad dominicana nació junto a los primeros anuncios publicados en los periódicos que se imprimían durante y después del proceso fundacional del país.

Sin embargo, para hablar del nacimiento de la publicidad dominicana es necesario precisar cuándo el país contó con una agencia, oficina o despacho, organizado con el propósito de comunicar y persuadir a determinados públicos a comprar bienes, servicios, o cambiar actitudes ideológicas y políticas, a través de mensajes específicos colocados en medios de información; tal como operó la oficina de William Tyler en Inglaterra, entre los finales del Siglo XVIII y comienzos del XIX; o la agencia de Volney Palmer, en la Filadelfia de 1841.

Es decir, que para posibilitar la existencia de la publicidad y el contexto en el cual se desarrolla, es necesario contar con una plataforma sistémica (agencia-canal comunicativo-mercado) capaz de ejercer esas funciones básicas. Y no fue sino en la cuarta década del Siglo XX cuando en República Dominicana se estableció esa agencia, oficina o despacho, con el fin de crear y colocar avisos en los medios de comunicación existentes.

Por eso, en el año 1962 -justamente antes de las elecciones generales que dieron el triunfo a Juan Bpsch-, las agencias publicitarias organizadas y establecidas en el país se contaban con los dedos de una mano… ¡y sobraban dedos! Sin embargo, hoy, seis décadas después, se requerirían los dedos de veinte personas para puntualizar las publicitarias que operan y sirven al mercado dominicano, (¡y faltarían dedos!); algunas manejando un solo cliente, otras constituidas como house agencies, otras como boutiques y el grueso estructurado como debe ser: vendiendo una amplia gama de servicios y con nóminas de empleados que sobrepasan varias docenas.

Entonces, ¿qué ha pasado en estas décadas para que la actividad publicitaria se haya disparado tan robustamente, formando parte importante de un sistema comunicativo que alberga cientos de emisoras radiales y un paquete extraordinario de estaciones televisivas, amén de una interesante comunidad de diarios impresos y digitales?.


A comienzos de los setenta nos reunimos en el club de Arroyo Hondo, Brinio Díaz, José Vicente Dávila, William Vargas, Papi Quezada, Roberto Ricart, Donald Rowland, Ramón Oviedo, Eddy Palmer y yo, con el fin de investigar las particularidades que conformaron la actividad publicitaria del país y rastrear su nacimiento como actividad comercial.

El grupo rebuscó en registros históricos, hemerotecas públicas y privadas, e interrogó a personas que, de una u otra manera, habían rozado la actividad; llegando a la conclusión de que nuestra publicidad -como tal- comenzó a estructurarse a partir de 1940, cuando Homero León Díaz, Miguel Peguero (Ph) y Bruno Veram, se atrevieron a fundar sus anunciadoras, medianamente organizadas.