POR: Rafael Ciprián
rafaelciprián@hotmail.com
Vivir en Constitución
La idea que el célebre politólogo norteamericano, Francis Fukuyama, popularizó al plantear el fin de las ideologías y de la historia, como consecuencia de la caída del muro de Berlín y el desastre de los llamados países del socialismo real o de la órbita de la hoy desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), representó la muerte de muchos paradigmas. Para los que seguimos de cerca, con acentuado interés científico, sociológico y político, aquellos acontecimientos que se tragaron las décadas de los ochenta y los noventa, sentimos que el universo se desplomaba. Y no era para menos. A partir de ahí, nada sería igual.
En la tierra de Abraham Lincoln se libró la Guerra de Secesión, con todos los horrores que representó para el Norte y para el Sur de ese gran país, con el objetivo de que Estados Unidos de América (EUA), mejor de Norteamérica, no se dividiera. Y lograron su objetivo. Pero como lo bueno para ellos no es bueno para los otros, hicieron la guerra a la URSS para que se dividiera. Y lo lograron también. Aprendieron que unidos ellos son fuertes y que sus adversarios divididos son débiles. Tienen toda la razón.
Como consecuencia de esos hechos, el equilibrio entre las superpotencias se rompió. Y EUA surgió como el campeón indiscutible. Se hizo imparable y todopoderoso. Se convirtió en la policía del mundo. Nunca el Pentágono, como sustituto del imperialismo, conceptualizado por Juan Bosch, mostró tanto poder sobre los gobiernos de la Tierra.
Con esto, el capitalismo, como sistema económico, social y político, impuso su cultura y se convirtió en el amo y señor de la Humanidad. Fortaleció el frío cálculo en las relaciones sociales, centrado solo en las ganancias sin escrúpulos, con su individualismo enfermo y el desprecio por los valores éticos y morales. Los méritos no sirven para nada frente al clientelismo. Es como si se dijera, parafraseando la expresión feudal cuando el rey fallecía: ¡El bien común ha muerto! ¡Viva el interés particular!.
Las fuerzas sociales que creían que iban a tomar el cielo por asalto y a construir una nueva sociedad se frustraron. Se quedaron sin discurso y en dispersión vergonzosa. Pero en la actualidad cuentan con un nuevo paradigma: el del respeto a la Constitución y a los derechos fundamentales.
La vida institucional, la democracia y la paz social dependen de ese paradigma. Los sectores sociales conscientes de su rol histórico, y que estén comprometidos con la construcción de un verdadero Estado Social y Democrático de Derecho deben levantar esa bandera. Tienen que empoderarse de la Carta Magna, aprenderla y aprehenderla en cada uno de sus valores, principios y normas. Comenzar a vivir en Constitución significa proteger y garantizar los derechos de las minorías, y de cada uno de los miembros de la sociedad. Ciertamente, vivir en Constitución es impulsar con inteligencia el cambio cualitativo y cuantitativo de la sociedad. Así sea.

