Libertad y legalidad
La sociedad dominicana, como todas las que en el mundo se autoproclaman democráticas, no puede consolidar su existencia si no logra que sus miembros vivan con libertad dentro del ordenamiento jurídico que la sustenta. Ésta es una condición esencial para merecer el calificativo de moderna.
Cuando los seres humanos carecen de libertad, el que les roba ese derecho se convierte en un déspota y rebaja a los demás a la condición de bestias. Solo la disposición de lucha contra el tirano y su sistema devolverá la calidad de persona, esto es, de titulares de derechos y obligaciones, a los que combaten.
Nuestra historia reciente es rica en lecciones. Basta pensar en la ominosa Era de Trujillo para recordar que las personas son capaces de las más aberrantes abyecciones cuando no valoran su libertad. Por el contrario, se engrandecen con acciones heroicas, si poseen conciencia política y de sujeto social. Muchos prefirieron pagar con persecuciones, cárceles, torturas, exilios y hasta con la vida antes que vivir sometidos a un monstruo con poder político. El inconmensurable José Martí afirmó: «En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban al pueblo su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana”.
Ciertamente, la libertad nunca es gratis. Hay que conquistarla, con valor cívico, en el combate contra el que la conculca.
Además, la libertad siempre conlleva una alta y seria responsabilidad. Y el ámbito de esa responsabilidad comienza en lo personal y se extiende a lo social.
Se atribuye al comunicador dominicano Yaqui Núñez del Risco la genialidad de haber insertado en una campaña publicitaria la aseveración de que solo existe un hombre libre en el mundo, y es el que tiene aseguradas sus necesidades y obligaciones principales. Y dijo una verdad tan grande como el Pico Duarte. En la miseria no hay libertad ni virtudes. En ese estado abundan los vicios y las depravaciones más abominables.
Para ser libre es necesario someterse al orden jurídico. Nadie está por encima de la legalidad, en el sentido amplio de este término. La Constitución y las demás normas adjetivas determinan el ejercicio de la libertad. Esto es válido para el simple ciudadano y los funcionarios públicos, incluyendo al presidente de la República.
Sócrates, el más grande filósofo ateniense de su tiempo, dio el ejemplo. Tomó la cicuta, en lugar de evitarla, para inmortalizarse como paradigma del ejercicio de la libertad dentro de la legalidad.
Lástima que en nuestro país se confunde la libertad con el libertinaje. Muchos funcionarios públicos ignoran que dentro del sistema jurídico lo pueden todo; pero que fuera de esa legalidad no pueden nada.