Editorial

  Reflexión

  Reflexión

Las partes en pugna por el control del  Partido Revolucionario (PRD) están compelidas a conciliar una vía de resolución, no para evitar tipos de fragmentación, dispersión o deserción, sino para  procurar que esa organización se  vuelva indemne a la división que la invalida en su rol  de  sostén esencial de la democracia.

Para la solución de cualquier tipo de confrontación, por grave y compleja que aparente, se requiere  que las partes acepten la mediación o arbitraje de personas físicas o jurídicas en que se hagan prevalecer derechos o que se ponderen razonamientos o fardos probatorios a favor o en contra de los expuestos por los confrontados.

Si cualquiera de las partes cierra la posibilidad de  que un tercer interviniente desbroce   todo tipo de pasión o sectarismo en el camino del entendimiento, entonces forzosamente se abrirán compuertas de  extremismos  e intolerancia, lo que provocaría un daño casi letal al tejido democrático del PRD.

Es obvio que sean  cuales sean las decisiones finales del Tribunal Superior Electoral (TSE) no  surtirán siquiera efecto de bálsamo sobre las heridas abiertas en el intestino de un partido fundado hace más de 70 años , que en las elecciones del 20 de mayo obtuvo más de dos millones de  votos.

Lo más saludable sería que los propios organismos de  dirección del PRD (Comisión Política, Comité Ejecutivo Nacional, Presidium), se constituyan válidamente y determinen libremente el rumbo  que debe  seguir la proa de esa organización. Pero para ello se requiere que las partes acepten someterse a ese escrutinio de legalidad y representatividad.

Sería catastrófico para la endeble democracia política dominicana que uno de  sus dos  soportes  se resquebraje o se divida en dos  estacas horizontales, incapaces una y otra de  acarrear el anhelo colectivo de pluralidad, contrapeso institucional y supervisión de todas las acciones del Gobierno.

En ningún modo se aspira a que la resolución del conflicto que abate al PRD se resuelva sobre base de alianzas filisteas. Lo que se pide  es que el liderazgo partidario muestre  suficiente madurez y conciencia, como para promover que sus propios organismos de dirección procuren y pronuncien la salida adecuada al impasse, la que debería ser respetada por unos y otros.

Las bases perredeístas ni la sociedad toda merecen presenciar en el PRD un nuevo Circo Romano, porque esta vez  el desenfreno devoraría  a la propia democracia nacional, por cuyo nacimiento y consolidación se  fundó el Partido Revolucionario, hace ya 73 anos, en La  Habana Vieja.

El Nacional

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