Efraim Castillo
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En el British Museum se exhibe un bajo relieve proveniente de Ur —la ciudad cuna de Abraham— donde se contemplan escenas relacionadas con esta bebida: ánforas especiales donde se almacenaba. Este bajo relieve tiene una antigüedad de alrededor de 2,500 mil años a.C. y data de la Tercera Dinastía o Ur III.
En el Pentateuco, Moisés habla del vino a través de Noé, afirmando que plantó la vid y se embriagó tras beber su jugo o vino. Creo que no hay contradicción entre el texto bíblico y la investigación científica, en virtud de que el Arca de Noé, según la narración bíblica, encalló en el Monte Ararat tras bajar las aguas después del Diluvio, encontrándose este monte enclavado en el Cáucaso y, por lo tanto, coincidiendo con la investigación paleobotánica sobre el origen de la vid.
La historia de Noé y su borrachera también coinciden respecto a las cronologías del calendario hebreo, cuya enumeración data de cinco mil años, época en que la vid comenzaba a desplazarse haciaSumeria, 2,500 años a.C., y hacia Egipto, Grecia, Sicilia, Italia y Africa del Norte, entre 1,500 y 1,000 años a.C.
Pero la primera cepa cultural científicamente probada, la Kankomet, proviene del antiguo Egipto, donde Ramsés III la utilizaba para elaborar su vino favorito (1,180 a.C.). En esa fecha los hebreos vagaban por el desierto en busca de la tierra prometida y Troya caía en manos de los griegos, comandados por Ulises. Es bueno apuntar que mil años antes de ese registro (3,000 a.C.) los chinos producían vino, aunque descartaron aquellos que no provenían del arroz fermentado.
No cabe duda que las literaturas, tanto religiosa como lúdica, hallaran en la cultura del vino grandes historias, creando mitos y personajes para ambas y, sobre todo, para sellar festividades. Mientras el gran libro religioso de los hebreos condena la ingestión de vino, las demás religiones de la antigüedad lo añadían a sus festividades y actividades santeras y mortuorias.
Hay una voz sumeria, Baa, que tanto para los egipcios, que la convirtieron en Ba, como para los cananeos, cuya pronunciación la llevaron a baal, significó prácticamente lo mismo: “Señor de los infiernos”, “El que vuela a los infiernos”, o el “Señor de las tinieblas o las moscas”. De esa voz, a la que los hebreos añadieron Zebud (relativo al estercolero, a las moscas), surgió Belzebud, que es uno de los nombres con que se conoce a Satanás, el Diablo, el Demonio del cristianismo. Pero en principio esa voz sumeria sólo significó Señor, y estuvo ligada a las actividades florales, a los juegos, a lo lúdico, a los divertimientos sociales.