La obra teatral Andrea Evangelina, sobre la primera mujer médica dominicana, mostró la necesidad de una armónica vinculación entre la buena escena, la capacidad de interpretación y la validación histórica de seres invisibilizados
José Rafael Sosa
joserafael.sosa@gmail.com
El teatro dominicano asimila con Andrea Evangelina, una experiencia noble de descubrimientos, tanto de una vida ejemplar por parte de una mujer que no ha ocupado el puesto que merece en la historia, como por el desempeño artístico de quienes hicieron posible este postre escénico.
Andrea Evangelina, que devela y enaltece para las presentes generaciones el extraordinario ejemplo de vida de la doctora Evangelina Rodríguez, primera mujer médico en graduarse en el exterior, primera ginecóloga, precursora de la planificación familiar, especializada en París, negra, pobre, anti-trujillista y quien terminó su vida en los bateyes de San Pedro de Macorís atendiendo mujeres sin cobrar un centavo, fallecida de hambre y locura, tras ser perseguida y torturada por la tiranía de Trujillo.
Fue la estética teatral de enfoque actual junto a un concepto para ubicar esta mujer en el puesto que reclama desde su humildad y silencio.
La dirección
Radhamés Polanco, dramaturgo, actor y director, sabe manejarse con los recursos a disposición. Es notable el manejo de sus personajes, la correspondencia con la moderna escnografia de Miura, la inserción de los potenciales audiovisuales que recorren panorámicamente los ambientes en que se desarrolló Evangelina.
Polanco recurre a un montaje simbólico y austero con vuelos interprepetativos muy modernos, dibujando la vida de esta mujer, incluso algunos poco conocidos, como las torturas de los esbirros de la tiranía, si fueron reales.
Actoralmente
Ruth Emetrio, quien hace la Evangelina adulta, logra convencer de su entrega a la piel de la Andrea Evangelina y deja sentir que aceptó con un sentido de enorme responsabilidad un desafío actoral. Drama y consistencia en el desempeño histriónico. Emeterio danza al ritmo de una vida que hace propia.
Maryory Montás, hace de la Evangelina estudiante y también aporta una perspectiva notable, aun cuando la hubiéramos deseado con una intensidad que excediera lo visual.
La chica tiene condiciones, es grácil y sentimos que puede dar más de si misma.
Santiago Alonso nos devela, junto a Ruth Emeterio, la fuerza desconocida de dos nombres que deben ser tomados en cuenta cuando se haya de juzgar la capacidad interpretativa contemporánea. De este chico, nos impactó la caracterización del calié torturador, alcanzando una gestualidad impactante.