Editorial

Una pena

Una pena

La asistencia hoy a las escuelas, en el segundo día de clases, fue menos que pobre, con la mayoría de las aulas con escaso número de estudiantes, penosa costumbre que demuestra que padres y tutores aún no asimilan conciencia sobre la necesidad de aprovechar cada minuto del calendario escolar si de verdad se  aspira a construir una sociedad basada en  altos estándares educativos.

Mucho se reclama que el Estado invierta más en educación, pero la colectividad que  formula tan justo pedido no censura la irresponsabilidad cívica en que incurren decenas de miles de familias que incumplen el compromiso de enviar sus hijos a la escuela.

El calendario de docencia no llega a cumplirse en un gran porcentaje de planteles escolares donde las ausencias son mayores los días viernes y  jornadas laborales que siguen a largos feriados, lo que se agrava con la falta de supervisión por parte de los adultos a las asignaciones escolares encargadas a los alumnos.

La sociedad toda debería entender que sin el concurso pleno y consciente de la comunidad educativa (maestros, padres y autoridades) no sería posible relanzar la escuela, ni aun  cuando el Gobierno  asigne al sector educativo el 4% o el 20% del PIB.

Es imperdonable que padre, madre o tutor no asuman el compromiso de  preparar a sus hijos para que  acudan el primer y todos los días laborables a la escuela, que   supervisen junto al maestro su desarrollo y formación escolar, en el entendido de que  su obligación es forjarlos como el acero en un tipo de educación sustentado en valores.

Las críticas por el penoso escenario de planteles escolares vacíos en el día de apertura del calendario lectivo van dirigidas también a las sociedades de padres y amigos de las escuelas, la mayoría de las cuales no cumplen con el deber de orientar a la familia sobre su ineludible compromiso para  ayudar a garantizar  calidad en la enseñanza.

La ciudadanía debería saber que la pérdida de un día de docencia es como lote  de diamante tirado al mar y que el futuro de la República se labra con  pizarra, tiza y libros.

El Nacional

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