Señor director
En el imaginario dominicano, durante décadas, a quienes acompañaban el proceso enseñanza–aprendizaje se les llamaba maestro y maestra, un nombre que evocaba respeto, entrega y una misión asumida casi como un sacerdocio laico. Esa figura orientaba, formaba valores y ayudaba a cada estudiante a descubrir su propio camino dentro y fuera del aula con vocación auténtica.
Con el tiempo, comenzó a imponerse la denominación de profesor y profesora, una categoría que suena técnica y moderna, pero que vino acompañada de un cambio silencioso en la percepción social. El maestro y la maestra se asociaban a la vocación, mientras que el profesor y la profesora pasaron a verse como profesionales definidos por concursos, horarios y salario, con lo que la esencia educativa empezó a diluirse.
Hoy, esa diferencia semántica refleja un cambio profundo de valores, porque el noble oficio de enseñar ha transitado de misión vocacional a profesión guiada por incentivos salariales.
Esa transición explica la paradoja que marca nuestro sistema educativo: nunca se había invertido tanto, pero nunca se había resentido tanto el aprendizaje, y esa contradicción aparece sin filtros en todas las evaluaciones recientes. El tránsito de maestro y maestra a profesor y profesora encierra una pérdida de espíritu que toca el corazón del oficio docente, con lo que recuperar esa esencia no es nostalgia, es urgencia nacional.
Sin vocación seguiremos empujando la roca de reformas inconclusas, atrapados en estadísticas que no se traducen en aprendizajes y en diagnósticos que se repiten sin voluntad real de cambio.
En esta nueva realidad la docencia se ha convertido en una profesión atrapada entre reivindicaciones gremiales, concursos fallidos y la lógica del salario, aunque los logros materiales sean innegables.
La crisis se refleja con crudeza en la reiterada reprobación de los concursos de oposición docente, una señal inequívoca que debería movilizar a las autoridades y a la sociedad.
Ese fenómeno revela fallas en la formación inicial y obliga a revisar la preparación que reciben futuros maestros, maestras, profesores y profesoras, sobre todo en instituciones privadas donde la calidad depende de un mercado sin controles suficientes.
Atentamente,
Rafael Méndez
