POR: Rafael Peralta Romero
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El retrato de Fujimori
En imagen de cuerpo entero un hombre de fisonomía asiática aparece en la primera página del diario. Antes de ver titular o pie de foto, el lector hace –quizá con ternura y compasión- un comentario: “¿Qué le pasa a este pobre chinito?” En verdad, el individuo lucía muy flaco y deteriorado. Comparecía ante un tribunal.
El lector se llenó de asombro al enterarse de que el chinito al que miraba con piedad era el otrora poderoso Alberto Fujimori, quien gobernó el Perú como le dio la gana durante diez años y 116 días. Vulneró todo y se burló de todos. Su gobierno se cimentó sobre la corrupción y el crimen político.
Está preso por violaciones a los derechos humanos. Pero eso no fue todo. Elegido presidente en 1990, ya en 1992 su delirio de grandeza era considerable. Para gobernar sin fiscalización, disolvió el Congreso de la República, intervino el Poder Judicial, cerró medios de comunicación y hasta canceló a su esposa, Susana Higuchi, como primera dama.
La última burla de Fujimori a los peruanos ocurrió en noviembre de 2000 cuando viajó al exterior en calidad de jefe de Estado y sin agotar sus compromisos se trasladó a Tokio. Desde allí, por temor a un juicio por corrupción, Fujimori renunció, vía fax, a la presidencia y se declaró ciudadano japonés.
Esta situación de Fujimori lo coloca todavía en situación privilegiada. Hay un final más apto para los sujetos que usurpan el poder, irrespetan la vida, vulneran códigos, menosprecian la ética y quebrantan las instituciones. Dos de los Somoza, en Nicaragua, y Rafael Trujillo, en República Dominicana, son casos ilustrativos.
La foto de Fujimori me ha traído a la memoria una célebre ocurrencia de Leonardo Da Vinci y uno de sus modelos de la “Última Cena”. Cuentan que el pintor se llevó siete años para realizar esa obra (1495-1497). Comenzó por Jesús para lo cual tomó como modelo a un joven de rostro iluminado, de mirada serena y dulce.
Da Vinci dejó a Judas para el final. Buscaba un tipo cuyo rostro estuviera cicatrizado de avaricia, decepción, traición, hipocresía y crimen. Después de muchos fallidos intentos en la búsqueda de este modelo, le informaron que en la cárcel de Roma había un hombre con tales características. Y allí acudió.
Estaba sentenciado a muerte por robo y asesinatos. Leonardo lo encontró ideal para personificar a Judas. El artista parecía no conocerlo, pero sí lo había visto. El sujeto le dijo: “¡Yo soy aquel joven a quien escogiste para representar a Cristo hace siete años!» El rosto de Fujimori no es el mismo de cuando andaba ebrio de grandeza. ¡Ojo!

