¿Cuál es el rol de las “Formalidades” en el apropiado ejercicio de la diplomacia profesional contemporánea?
Es evidente que a las “formalidades” se les concede un particular espacio en el ejercicio Profesional de la Diplomacia.
No obstante, debe precisarse que dichas formalidades no son, ni han sido nunca, la razón de ser, o función principal del ejercicio de la Diplomacia.
Sin embargo, sus aportes resultan esenciales, al complementar con las responsabilidades básicas del precitado ejercicio, contribuyendo efectivamente con el propósito de preservar el prestigio del Estado y sus representantes.
Recuérdese que la Diplomacia, como método, se ha establecido como “canal ejecutor de la política exterior”, cuyo procedimiento por antonomasia es la negociación. Lo que demanda de sus ejecutores, una consistente formación multidisciplinar, enfocada en la eficaz ejecución de sus responsabilidades.
Ineludiblemente, en el correcto “manejo” de tales formalidades, deben observarse cuando corresponda, los principios de la igualdad “soberana y jurídica” de los Estados y el de la reciprocidad; asimismo, las normas y procedimientos de carácter convencional al respecto, que lo requieran.
Resulta conveniente, para funcionarios del servicio exterior, que a su llegada a un nuevo destino , puedan conocer y “saber manejar”, las reglas de conducta social, y los particulares “usos y costumbres” en el Estado receptor.
Asimismo, es esencial la fiel observancia del denominado “código de vestimenta”, por constituir un medio para proyectar el debido respeto institucional, y reforzar la imagen del diplomático (representante del Estado) en actividades de carácter oficial. Todo lo cual debe tener lugar con el propósito de asegurar “una buena acogida” del funcionario en el Estado receptor, lo que redunda en beneficio de la efectividad de las fundamentales responsabilidades de su ejercicio.
No sería ocioso recordar la frase atribuida a Quevedo: “Como te ven te tratan”. A lo que Moreno añade, “y como constaten tus consistentes conocimientos, y consecuente manejo, te despiden”.
Como referencia histórica, recuérdese, que se ha convenido en dividir en dos etapas la trayectoria de los procedimientos diplomáticos. Así se generan las “voces” diplomacia secreta y diplomacia abierta, para denominar estas etapas.
Desde sus orígenes, la llamada diplomacia secreta imperó como forma de ejecución de este ejercicio, hasta prácticamente 1945, año de la puesta en vigor de la Carta de las Naciones Unidas.
La diplomacia abierta inicia con cambios fundamentales en los procedimientos diplomáticos, como son el registro y la publicación de los tratados internacionales, tal como lo prevé el artículo 102 de la referida Carta de la ONU.
A la diplomacia secreta se le atribuye una determinante incidencia en que la generalidad de las personas desconociera el auténtico “rol” de la propia diplomacia, ya que dadas las limitaciones que imponía, solo podían trascender ciertas formalidades relativas al ceremonial y protocolo.
Procede precisar, finalmente, que las formalidades son asuntos que, pese a considerarse accesorios, deben manejarse con la debida precisión y profesionalidad, “por ser reglas esenciales del deber ser” de la conducta del diplomático.