Hace unos 11 años, luego de enviar una docena de “Cartas al Director” a este diario y lamentarle hasta el cansancio mi parecer de aquel entonces de que “en las secciones de opinión de la prensa nacional solo le dan espacio a comunistas”, mi padre accedió a darme este espacio para escribir semanalmente mis opiniones “reaccionarias y ultraconservadoras”, como él siempre las veía.
Desde entonces a la fecha siempre he sentido la obligación de aclarar siempre que no soy periodista y que por respeto a las carreras de mi hermano, Radhamés Gómez Sánchez (Chiqui), mi madre, Cornelia Margarita Torres y, por supuesto, de mi padre, Radhamés Gómez Pepín, quienes sí dejaron y han dejado todas sus vidas para el bien de ese oficio, nunca he podido permitir esa confusión.
ÇEn estos nueve días desde la partida de mi padre, sin embargo, no he podido evitar reflexionar sobre el periodismo y las personas que día a día ejercen esa profesión. Visto desde la cómoda perspectiva actual, uno no puede evitar sentir admiración por la clase periodística que vivió el período comprendido entre 1950 y 1990.
Con el fin de la dictadura de Trujillo, el derrocamiento del Prof. Juan Bosch, el Triunvirato, la Revolución y los 12 años de Balaguer, los periodistas que lo vivieron fueron los que lucharon y dieron forma a la libertad de expresión de la que tanto yo que escribo como usted que lee, estamos actualmente disfrutando.
Fue esa lucha la que inmortalizó nombres como los de Rafael Herrera, Freddy Gatón Arce, Rafael Molina Morillo, Juan José Ayuso y Radhamés Gómez Pepín. Las mismas que nos obliga a recordar a periodistas como Goyito García, Orlando Martínez, Marcelino Vega, José Enrique Piera, Plinio Díaz o al mismo Narciso González, entre muchos otros periodistas valiosos que fueron asesinados por sus opiniones, así como aquellos que siguieron adelante con esa labor hasta darle forma a las libertades de las que gozamos hoy.
En la medida que se vienen apagando las últimas lumbreras de esa era del periodismo, se hace más evidente que para la nueva generación están quedando zapatos muy grandes para llenar, dentro de un escenario más complejo en el cual trabajar. Tengo algo de certeza de que, al menos en el caso de mi padre, el diría que cuando no hay libertades es fácil identificar lo que hay que hacer, lo difícil es defender lo alcanzado.
Queda de la clase periodística de hoy hacer su auto-evaluación y ver si su actual labor hace honor a las carreras y la luchas de aquellos que estuvieron antes que ellos.
Confieso haber visto con frecuencia la preocupación de mi padre por el estado del periodismo dominicano en los últimos años de su vida, es por ello que creo que la mayor honra a su memoria y a la de las docenas de periodistas de la valiente generación de él, es demostrando que esos temores estuvieron infundados.