Opinión Catalejo

¿Al borde del abismo?

¿Al borde del abismo?

Anulfo Mateo Pérez

Puede parecer un acto de terquedad insistir en el tema de la corrupción, pero no se debe esquivar: ese cáncer atraviesa la cultura nacional y mina los cimientos mismos de la sociedad. La podredumbre moral del Estado ha alcanzado tal extensión y profundidad, que amenaza con no detenerse en la puerta de ningún despacho.

Los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial participan, cada uno como forajidos a la fuga, en el carnaval del cohecho, con las excepciones de algunas temerosas golondrinas, que no hacen ni podrán hacer verano.

Los tres poderes que deberían sostener la República están corroídos hasta la médula. Los politiqueros de ayer y de hoy han convertido al país en territorio del hampa, en un lupanar institucional.
Sí, duele decirlo, pero la República ocupa una media isla, donde lo anómalo se normaliza y lo correcto se castiga. La corrupción y descomposición moral en las instituciones del Estado nos llevan al borde del abismo.

La corrupción no es personal es el sistema
Constitución, leyes, poderes públicos, sistema político… más que realidades, son ficciones que se invocan para la foto oficial y se violan en la práctica cotidiana. Caminamos hacia un grupo humano, nómada y sin rumbo.

La República sólo existe donde impera la Ley, no los hombres; donde gobernantes y gobernados están igualmente sometidos a la Constitución; donde la idoneidad es requisito, no estorbo; lo común, no la excepción.

Sin embargo, los aprestos para concentrar todos los poderes en el Ejecutivo —con el beneplácito cómplice de quienes deberían fiscalizarlo— evocan tiranías y monarquías, jamás una República.
El caso SeNaSa demuestra que la corrupción ya no es un problema: es el sistema. Los poderes del Estado chapotean en el mismo lodo, hasta que llegue el momento del “yo te amo”, como decía “Polito”.