Pienso que nada se va definitivamente después que pasa; que el ser humano es una caja de resonancia respecto a todo lo que se ha visto, oído, tocado y presentido en su vida donde, posiblemente, todo lo anterior tenga que ver con los cinco sentidos y el sexto que es el morir, en su regreso ininterrumpido e inevitable.
Se es del lugar en que se ha vivido con intensidad una parte, no se sabe con certeza, de la vida, al volver a él, en el instante en que lo vemos no lo vemos como lo que es sino como lo que fue.
Es solo un instante, del caos al orden, de esa visión. Una casa que formó parte de alguna relación afectiva, aun la casa no esté, la memoria, los sentidos la regresan, vemos la que hemos vivido cientos de veces. Eso pasa con las cosas que se poseyeron, con las que somos parte de ella. No siempre lo que se posee es pertenencia.
Lo mismo pasa con las personas cuando no se tratan como cosas. A esas visiones breves les llamo tocar fondo, que es imprescindible para la memoria afectiva en su relación con el tiempo vivido. Cuando la persona no logra esa conexión “eléctrica”, tiene otro tipo de relación con su pasado, como ha vivido, como vive en el presente.
Esas visiones son como lo que se dice de la materia, en su planteamiento clásico, que ni se crea sólo se transforma; nuestro vivir siempre vuelve como devolver escenas de una película que se ve y si una escena nos sobrecoge volvemos a ella, con el control, para volver a ver el detalle que creemos que no comprendemos, pero es todo lo contrario.
Lo vivimos haciendo con ese remanente de reminiscencia que nos asalta, pero la sensación de vacío que nos deja nos deja listo para la mordedura metafísica de nosotros mismos, de ese hecho de nebulosas y choque atmosférico como de una tormenta eléctrica dentro de nosotros, pero no afuera sino dentro de nuestro cuerpo, pero sobre todo en nuestra cabeza.
De ahí la complejidad de la mente humana; de ahí lo necesario de la muerte física (olvidar todo nuestro pasado como si nada de lo que pasó hubiese pasado), que nunca se puede conseguir estando vivo.
Aquellos que quieren olvidar su proceder, sus yerros, por el sólo hecho de haber tocado fondo (el hecho consumado), es el fantasma vuelto corporeidad, permanentemente, en el momento menos esperado.
Cada quien tiene esos chispazos de visiones, de acuerdo a su proceder, que causan incendios dentro de sí mismo, que las mismas causas que lo ocasionaron lo sofocan. Para nosotros mismos somos permanentemente el Suplicio de Tántalo sin que venga a socorrernos la visión de Medusa y convierta nuestro recuerdo en piedra.
Con una vida vivida intensamente (a lo político, a lo artista o la simple existencia del obrero que es sofocada con desmanes autodestructivos) desciende su grado, como ha de esperarse, pues nada permanece en combustión bajo el sol por más tiempo que el que les está asignado por la regla del hecho paradójico de estar vivo y contar después… al descender la combustión vienen esas visiones que les agregan otra realidad a la existencia, aunque no se le comunique a nadie, iniciándose esas visiones del otrora a rondar en la retina de los ojos aunque se esté ciego de entendimiento, sordo al oleaje incesante de la noche, del día, y dejar al contemplador absorto como pez fuera del agua debido a los actos cometidos y el vivir demasiado cerca del fuego que uno mismo provoca dentro del eterno mito de Ave Fénix.
El autor es escritor.