El espectáculo está teniendo un auge sin precedente.

Todos están llenando.

Los shows, los conciertos, bailes, presentaciones teatrales, los sinfónicos, ballet, están teniendo el éxito asegurado, provocando que se haya activado una cartelera de múltiples presentaciones generando actividades en días y fechas no habituales.

Hay un verdadero boom en el entretenimiento, lo que ha provocado la mudanza al país de promotores y empresarios del espectáculo residentes en los Estados Unidos que prefieren montar aquí sus bailes y shows.

El fenómeno que se verifica ha animado a la reaparición de orquestas de merengue que habían cesado sus actividades, que aprovechan el inusitado auge que se verifica.

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La explicación que vemos la da el hecho de que tras la pandemia la gente está ansiosa en procura de entretenimiento luego, del período estresante y de angustia que vivió en los inicios de este decenio. Aunque no faltan quienes quieren atribuirlo a un alegado bienestar económico.

Lo cierto es que ya nadie se queja porque fracasó en el montaje de un baile o espectáculo, lo cual se traduce en bienestar para los artistas, los promotores y trabajadores de la industria del entretenimiento, así como también para los locales y centros comerciales que ofrecen el servicio.

Lo propio ocurre con el cine de factura local que de igual manera ha aumentado su propuesta generando películas con temáticas diferentes a las clásicas comedias que predominaban en el pasado.

El público está respaldando su cine y hace posible que cada vez surjan más proyectos de filmación.

Quienes trabajan el mundo de la diversión y el entretenimiento, tan necesario e importante para el solaz y el bienestar emocional, deben sentirse satisfechos con lo que está ocurriendo.

Nada de pan y circo, como aducen los “aburridos de la vida” que consideran esas actividades como superfluas.

Debemos celebrar la dinámica del espectáculo en este tiempo, porque es señal de que marchamos pese al influjo de los molinos de viento.