Opinión Articulistas

Avatares

Avatares

Fernando A. De León

La siquis de los humanos; hombres y mujeres, es tan compleja que se perfilan actitudes en que las personas agradecidas coinciden con las que han cometido asesinatos, que se mantienen impunes.

Los asesinos suelen frecuentar los escenarios donde se cometió un asesinato sin un testigo ocular y, en lo que entraña una insólita antinomia, el que sabe agradecer, los lugares que recrean pasadas necesidades; sin que ello implique tributo a la cultura de la miseria.

De pasada, prodiga agradecimientos a los que alguna vez le dieron la mano. Esta podría ser una comparación odiosa, y un contrasentido. Pero, defenestrando lo perverso de un crimen o asesinato, al respecto puedo decir que a mi edad, aún con el paso del tiempo, todavía persiste en mi la gratitud.

Hay tal vez un inconsciente que conduce mis pasos hacia la avenida Vicente Noble con la calle Barahona. Contemplo aquella esquina, y observo el espacio donde estaba el parqueo de aquella estación gasolinera. Cierro los ojos y veo la guagua de pasajeros de las denominadas “banderitas”. Dormía, si puedo considerarlo así, en uno de sus asientos que para mí resultaban bien mullidos.

Luego de fallecer Juana, mi madre, y sin tener donde guarecerme porque me pidieron la humilde vivienda donde vivíamos; el buenazo de Secundino, ya fallecido, que cubría el turno de noche, accedió a que yo amaneciera en ese autobús.

Nadie imaginaba que Fernandito, estando ya en la UASD, al despuntar el sol, salía con sigilo de aquel vehículo y continuaba su cotidianidad. Pero hay otro lugar que fue escenario de mis desventuras. Amanecía entre hormas y otros utensilios de zapatería.