El gran documental a Eduardo Brito
La vida de Eduardo Brito, el mejor cantante dominicano de todos los tiempos merece consagrarse en pantalla, mediante el género de cine más adecuado y práctico, un documental de gran producción, aprovechando los muchos elementos (grabaciones, informaciones, fotos, imágenes en movimiento de una película checa, testimonios e investigaciones.
A estos elementos hay que agregar la recientemente puesta en circulación de la Colección Eduardo Brito. El Eminente Barítono Dominicano”, por parte del
Archivo General de la Nación (AGN), que entrega al país la más completa perspectiva del talento interpretativo del barítono.
Claro, si algún productor dominicano o extranjero se anima a producir una cinta de ficción basada en su vida, le desearíamos lo mejor.
En Brito coinciden una serie de circunstancias altamente cinematográficas: su voz extraordinaria, su ascenso a la fama desde la miseria, los recorridos internacionales, su enfermedad y la locura que le llevó al manicomio y a una muerte terrible.
El actual desconocimiento sobre la vida de Brito, nacido en Puerto Plata, debería tratarse en un documental que le lleve a la gran pantalla, luego a las escuelas y a la televisión.
En la colección presentada por el AGN se incluyen cinco discos, su trayectoria en el Grupo Alegres Dominicano, producciones como solista en New York, acompañado por orquestas de la época; grabaciones para las empresas discográficas RCA Víctor, Columbia y Romeo, así como una publicación de 150 páginas detallando toda su vida.
Se incluyen discos que realizó el barítono bajo el sello Odeón, de España, con sus éxitos en zarzuelas cubanas y españolas de su etapa europea; y grabaciones con la Orquesta de Oscar Calle, en París, dice una nota del AGN.
El material discográfico está acompañado de un texto con detalles de la vida y trayectoria del artista, su repertorio, los textos de las canciones interpretadas y los homenajes póstumos rendidos al barítono dominicano.
Un tesoro musical que se rescata, y al que solo tenían acceso los melómanos seguidores de Brito con producciones sueltas y conservadas con cuidados extremos.
Todo en Brito plantea un desafió para el cine documental: Dirección, guion, y recreaciones de época.
Hay que destacar el trabajo de rescate de la obra de Brito tanto de Arístides Inchaustegui (que no pudo concluir la compilación de su discografía porque se nos fue antes), del arquitecto y documentalista histórico Bienvenido Pantaleón, con su trabajo desde Imágenes de nuestra Historia.
¿Quién fue?
Para mucha gente, Eduardo Brito es solo el nombre, ese que se le dio al Teatro Nacional, en 2006, por una ley que pocos conocen pero que es la número 177-06, del 27 de abril de 2006. Esos mismos piensan que Brito es lo que dice en bronce debajo de un busto en el lobby del más alto y noble escenario dominicano, en ese mismo teatro.
Para otros, y para variar, es el nombre para pedir parada en el metro, pero sin la más mínima idea de, se trata del mejor cantante dominicano de todos los tiempos, de un barítono dueño de una voz única con unas tonalidades vocales como no se ha encontrado después de su paso, agradecido, bendecido y trágico por esta vida.
Brito nació el 21 de enero de 1906 en la sección Blanco de Luperón, Puerto Plata, hijo de Gloria Aragonés, ama de casa y Julián Brito, obrero, para luego desarrollar una vida de talento, luchas, éxitos, recorridos artísticos nunca antes realizados por un artista dominicano en escenarios de Estados Unidos y Europa, y una muerte, el 5 de enero de 1946, desgarradora e inenarrable en el detalle, en el Manicomio de Nigua, afectado por la locura, generada por sífilis cerebral.
Los últimos admiradores de su voz extraordinaria eran los otros pacientes mentales encerrados allí, cuando aún tenía la lucidez suficiente para cantar.
El doctor Apolinar De los Santos (Polín), uno de los psiquiatras que le conocieron en el Manicomio de Nigua, narró cómo se reunían los pacientes para escuchar a Eduardo cuando en sus delirios comenzaba a cantar durante horas, refiere Wikipedia, en una biografía aportada por alguien que evidentemente investigó a fondo su obra. Su panegírico fue la dura expresión de un enfermero, es probablemente el más cruel que se haya pronunciado ante el deceso de un artista en el mundo: “Ya se murió el locazo”.
El director del Archivo, el historiador Roberto Cassá, sostuvo la entrega a la sociedad de esta colección que constituye un “acontecimiento excepcional en la música que resalta la carrera de un cantante que sobresalió a nivel internacional, un material que sirve para la recreación del pasado musical y para la historia dominicana”.

