Editorial

 Cadena perpetua

 Cadena perpetua

El fiscal de la provincia Santo Domingo se une al cada vez más amplio  clamor ciudadano  por la instauración de la cadena  perpetua  para asesinos en serie y  como castigo para quienes violen  y  asesinen a sus víctimas  menores de edad, una receta drástica menor a la pena de muerte sugerida por no pocos sectores de la sociedad como respuesta al auge de la criminalidad.

Aunque comprensible, la sugerencia del  doctor Perfecto Acosta no tendría  mayor efecto como  contén a la desbordante delincuencia, a menos que  las autoridades  armonicen  todas las iniciativas anticrimen, incluidas las relacionadas con la prevención, persecución, investigación y castigo a los infractores.

Aunque el Código Procesal Penal ha sido  objeto de mayor escarnio por quienes lo consideran  responsable de la benignidad judicial contra  procesados por  crímenes,  es   el Código Penal que requiere  de la mayor atención del legislador para adecuar las penas  a una  realidad social matizada por la violencia y la degradación.

A una ciudadanía agobiada por la cotidianidad de  asesinatos, asaltos, atracos, secuestros, violaciones sicariato, narcotráfico y otros crímenes, seguramente no le desagrada la idea de implantar aquí la pena de cadena perpetua o la de muerte o  cualquier medida que ayude a contener la  delincuencia.

Las cámaras legislativas ponderan otras iniciativas como  la de elevar  a 50 años la pena máxima de reclusión y  asimilar al Código Penal la figura de las  condenas consecutivas contra un mismo infractor encontrado culpable por diversos delitos, con lo cual en vez de 30 o 50 años, el prevenido podría ser  enviado a prisión hasta por un siglo.

Todas las opciones deberían estar abiertas al momento de revisar los códigos Penal y Procesal Penal, sin olvidar nunca que  es menester dotar al Ministerio Público y a la Policía de un eficiente  instrumental investigativo y criminológico, de  disminuir los niveles de corrupción en esas instancias y de procurar que los jueces apliquen la ley y la condena.

El asesinato anoche del coronel  César Augusto Ubrí Bocio, ayudante del jefe de la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD),  a manos de supuestos atracadores que lo despojaron de una yipeta, ha desbordado  una  dilatada crisis de inseguridad pública,  a la que hay que  conjurar  a cualquier costo.

Cadena perpetua, pena de muerte, condenas consecutivas o cualquier otra medicina  no deberían descartarse del urgente recetario contra la creciente delincuencia y criminalidad que ha convertido a los hogares dominicanos en  jaulas donde  nadie quisiera salir para evitar  tantos  antisociales que andan sueltos  en las calles con licencia para atracar, robar, violar, secuestrar y asesinar.

El Nacional

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