Los cambios de funcionarios, aun sean de un mismo partido y dentro de un mismo Gobierno, constituyen una tradición que evidencia la crisis de institucionalidad que tanto se cuestiona. La experiencia que se tiene es que la llegada al poder de un partido diferente del que ha gobernado significa tierra arrasada. No solo los técnicos más calificados no tienen sus puestos garantizados, sino hasta servidores tan alejados en sus funciones del ingrediente político, como son los casos de médicos, profesores y otros profesionales, corren riesgo de perder sus empleos. La lealtad personal, el nepotismo y el clientelismo están en la base de los movimientos personal.
Por más que se trate de una rutina legitimada no deja de llamar la atención que la práctica encuentre vigencia hasta en un cuerpo como la Policía. Cada titular llega con su equipo, como acaba de ocurrir con Nelson Peguero Paredes, quien no ha dejado un solo encargado en su puesto, como si no confiara en ninguno o ninguno reuniera el perfil para garantizar el orden público y la seguridad ciudadana. La razón no es otra que rodearse de personas más leales a él que a la institución.
¿O acaso las remociones fueron el resultado de una evaluación de cada uno de los afectados? Todo sabemos, y lo sabemos perfectamente, que no.
Por tratarse de un cuerpo apolítico, con funciones muy definidas, la meritocracia y la institucionalidad deberían ser la norma de la Policía. No es un buen ejemplo ni genera el mejor de los ambientes cuando se sustituye a un encargado, sin tomar en cuenta su trabajo, para designar a un relacionado.
Tal vez sin proponérselo, pero con los movimientos Peguero Paredes reviste de un carácter personal la mano dura que ha proclamado contra la criminalidad y la delincuencia, cuyo rebrote en víspera del 16 de agosto se ha prestado a las más variadas conjeturas. Hay quienes relacionan los asaltos que marcaron los últimos días de la gestión de Manuel Castro Castillo con una conspiración aupada dentro y fuera del cuerpo para acelerar su destitución, porque había cumplido el período que establece la ley.
Cierto o no, el caso tiene sus lecciones, que en modo alguno se pueden pasar por alto. Una de las principales conclusiones que se puede extraer de lo que ha ocurrido en la Policía es que la independencia y profesionalización de ese cuerpo, a través de una profunda reforma, son impostergables. Por supuesto que esa institucionalización no puede darse en forma aislada, sino como parte de la independencia del Ministerio Público. Porque de lo contrario cada dos años, al margen de los problemas sociales y económicos que inciden en la delincuencia callejera, la sociedad podría verse afectada por la inseguridad y sobresaltos o en el espejo que se ha reflejado con la designación de Peguero Paredes en la Policía.