Editorial

Clamor ciudadano

Clamor ciudadano

Un menor murió ayer al batirse a tiros con un adulto en el barrio Simón Bolívar, de la capital, en un incidente en el que un niño de cinco años sufrió heridas de bala; otro adolescente perdió la vida durante un enfrentamiento  entre  policías y supuestos delincuentes. Son tragedias cotidianas que obligan  al Estado  a replantear su andamiaje jurídico de protección a niños, niñas y adolescentes.

Borrascosa ha quedado la línea divisoria entre  el menor delincuente que obra con discernimiento, por lo que requiere un tratamiento de ley igual al que se ofrece a  un infractor adulto, y el menor en conflicto con la ley, sobre el cual las autoridades han de  dispensar un abordaje con énfasis en modificar su conducta.

En  un sondeo  de El Nacional digital a sus lectores, a la pregunta de si  los menores que  incurren en crímenes de naturaleza afrentosa e infamante  deberían ser juzgados como adultos, el 98 por ciento de los participantes  respondió positivamente, lo que refleja aguda preocupación ciudadana por  el auge de la  delincuencia juvenil.

Resulta que  el Estado ha demostrado sobrada deficiencia e indiferencia en la aplicación de normativas jurídicas referidas a la protección  de más de 25 mil niños, niñas y adolescentes  que son obligados a prostituirse, según denuncia de organismos internacionales, como tampoco  procura evitar  el trabajo  forzado a que son  sometidos miles de menores  en tipos de labores que la Organización  Internacional del Trabajo (OIT) define como esclavistas.

Poco o nada se hace para  garantizar el derecho constitucional de los menores a  recibir educación gratuita y de calidad o  para evitar la deserción escolar o  disminuir siquiera  el elevado número de embarazo  que se registran en niñas y adolescentes, ni se sabe de programas globales que  el Gobierno  financie para  consolidar el núcleo familiar y disminuir malos tratos físicos y sicológicos.

Sin  cumplir con lo precedentemente citado, las autoridades han importado un esquema jurídico de supuesta protección, que ha devenido -se repite- en una  expedición masiva de licencia para matar a  favor de menores con discernimiento  similar al de un  adulto.

Ese código que  simplemente  considera  al menor  infractor que  planifica y ejecuta asesinatos, atracos, robos  agravados, violaciones, sicariato y otros crímenes violentos,  como un ente “en conflicto con la ley”, a quien sin importar que asesine a medio mundo, sólo se le puede imponer un máximo de cinco años de reclusión en una guardería infantil.

Organizaciones no gubernamentales con orígenes en Noruega, Bélgica, Suiza, Suecia, Dinamarca y otras naciones de altísimos estándares sociales, deberían entender que  tales esquemas jurídicos son inaplicables  en naciones pobres donde un niño ha de  convertirse en hombre antes de determinar  de dónde  vienen Santa Claus y los Reyes Magos.

Por la seguridad  jurídica de la nación se requiere modificar el Código de Protección a Niños, Niñas y Adolescentes, para retornar a los tiempos cuando un juez con auxilio de  sicólogos y trabajadores sociales tenía autoridad para determinar si  el menor delincuente actuó con discernimiento al momento de asesinar,  atracar, secuestrar, robar o violar.

El Nacional

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