En el mundo hay un buen número de conflictos territoriales, desde puras disidencias hasta guerras por múltiples razones, incluso, fronteras cerradas de diferentes maneras que hacen que millones de personas de todas las razas, edades, clase, etc., estén literalmente.
Por lo general, todos estos conflictos no suelen darse con la participación directa -aprobación y conformidad- de la ciudadanía, llegan a padecer las consecuencias con asombro y desconcierto, sobre todo, en las zonas fronterizas de los países, donde se existen verdaderas relaciones de vecindad.
Así, la situación generada entre nuestro país y Haití a raíz de la continuidad de la construcción no oficial de un canal de riego desde el río común Masacre o Dajabón, es un incidente geopolítico más que tiene precedentes en la región y en el mundo, pero agravada por la situación de caos político en el vecino país desde julio de 2021, cuando allí se cometió el magnicidio en contra del presidente Jovenel Moise.
Además, esto se da en un encuadre internacional de indiferencia y el pueblo haitiano huye de la insoportable violencia cotidiana y ciudadana controlada por bandas criminales para sumarse a los millones de personas migrantes que caminan el mundo siendo su vía natural de escape la única frontera terrestre que tienen con la República Dominicana. En una posición geográfica precaria -una pequeña isla con dos pueblos diferentes- con una práctica diplomática insuficiente que antecede en los últimos cincuenta años -solo por tomar un período generacional- y todas las consideraciones históricas, socio político y económicas que se agregan.
Entonces, la actual generación de poder en ambos países no puede repetir y repetir errores, ni permitir que se mantengan discursos extremistas de miedo y prácticas de odio, ni medir desde el puro poder. Identificar y comprender la diversidad de conflictos tiene que ser determinante.
Muchos referentes se suman para la dificultad: usos del suelo y su impacto sobre el agua y el medio ambiente; diferentes visiones del desarrollo; práctica agotada de un intercambio comercial sin fuerzas renovadas; auge de los extremismos y nacionalismos, etc.
No hay una única razón, pero las consecuencias son comunes: violaciones a los derechos humanos y aumento de las desigualdades, sobre todo, entre las poblaciones más vulnerables.
Esta generación de personas haitianas y dominicanas tiene que superar visiones historias, sociales, culturales, políticas y económicas que nos antecedieron, para asentar una paz estable en la convivencia de los dos países, moviéndose en el respeto humano de ambas comunidades nacionales.
Es lo que ambos pueblos queremos y necesitamos.