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Convergencia: Sobre mecenas

Convergencia: Sobre mecenas

Efraim Castillo

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Desde la muerte de Trujillo, que practicaba un mecenazgo de Estado paternalista, pocas personas y empresas lo han practicado en el país. Cuando producía la publicidad de la firma Radiocentro, aconsejé a su presidente, Isaac Lif (que se dedicaba a coleccionar la obra de Yoryi Morel), proteger artistas locales de gran talento y durante algunos años (1987-1990), Lif efectuó cierto mecenazgo con el Maestro Ramón Oviedo, comprando su producción, introduciéndolo en las grandes subastas de arte y promoviéndolo en revistas internacionales especializadas. Pero si investigamos la inversión de Lif en la pintura de Oviedo, podríamos apostar a que el empresario salió beneficiado de su mecenazgo, en virtud de que la obra coleccionada supera por mucho lo invertido en ella.

Actualmente, el país cuenta con algunos seudo-mecenas, los cuales ejercen su quatsi philanthropia con segundas intenciones. Estos seudo-mecenas —que por lo regular poseen un excelente ojo crítico— se convierten, no en protectores, sino en inversionistas del artista al que dicen ayudar y de esta manera la protección se convierte en negocio, en una especie de activo subyacente, una maniobra ejecutada con el propósito específico de sacar ventajas pecuniarias.

Un papel similar lo realizaron los hermanos Leo y Gertrude Stein, en el París de comienzos del Siglo XX, cuando invirtieron ciertas sumas en las obras tempranas de los integrantes de la bande à Picasso (Picasso, Braque, Hugué y otros amigos del Bateau-Lavoir, e integrada además por Guillaume Apollinaire). El retrato de Gertrude pintado en múltiples sesiones por Picasso, que costó menos de quinientos francos, hoy no tiene precio y, si lo tuviera, no bajaría de los 100 millones de dólares.

También ciertas galerías nacionales de arte han protegido a determinados artistas, pero esas protecciones no han respondido a estrategias bien definidas y, por lo tanto, los pintores y escultores envueltos en los pretendidos mecenazgos no han resultado beneficiados. Y es que no se debe confundir el mecenazgo con la marchantería de arte. Posiblemente el más decisivo manejador de galerías que ha tenido el país fue Nicolás Nader, que sí practicó cierto mecenazgo con muchos de los que son hoy maestros de nuestra pintura, a los que protegía y aseguraba la compra de sus obras.

Los ejemplos de E. León Jimenes y el Museo Bellapart son diferentes, porque representan, tal vez, ciertos puntos brillantes de mecenazgo, aunque no implican la protección directa a ningún artista. E. León Jimenes sostiene un concurso de arte que se ha mantenido incólume durante décadas y ha incursionado magistralmente en la evolución de nuestra plástica; por eso, la sola mención de su concurso motoriza la calidad de los participantes.

El Museo Bellapar, por otro lado, ha dado una clara señal al empresariado nacional de que las ganancias pueden ser beneficiosas para todos a través del muestreo artístico. ¿Qué habría sido de la obra de Jaime Colson si Juan José Bellapart no la hubiese reunido en un majestuoso albergue como el que le construyó en la avenida John F. Kennedy?

Por: Efraim Castillo
efraimcastillo@gmail.com

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