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Efraim Castillo

¡Cuidado, Luis!

(Publiqué este artículo el 14 de julio del año pasado, un mes antes de Luis Abinader juramentarse como presidente. ¿Lo habrá leído?).

Entre la espesa maraña que envuelve la actividad política dominicana sobresale un espécimen que ha deambulado airoso desde la misma formación de La Trinitaria: el trepador, un sujeto advenedizo que practica el ex post facto con una inusual destreza, porque sabe cómo aprovecharse de las circunstancias después de que éstas han sido resueltas. Por eso, al conocer el contexto en que actuará, el trepador interpreta a cabalidad los eventos y se inserta en ellos, permitiendo que su presencia sobresalga en el instante que acontecen.

Del mismo modo, el trepador otea el futuro para establecer el intervalo en que deberá abandonar un barco que hace agua y así saltar al bote salvavidas que lo integrará, ipso facto, al nuevo estándar, o al fatídico borrón y cuenta nueva que anulará su pasado y lo reinventará, camuflándose a sí mismo.

Jean-Paul Sartre creó un concepto, la mauvaise foi (mala fe), en L’Etre et le Néant (1943); describiendo al trepador como un sujeto cosificado al que no le importa abanderarse en cualquier ideología para sobrevivir; actuando con malicia y atándose al engaño, para auto-engañarse.

Sin embargo, es preciso explicar que en el existencialismo sartreano la existencia precede a la esencia y el trepador dominicano está más allá de esta ontologización, porque su praxis se ha perfeccionado a través de una actividad iniciada en la lucha separatista del 1844, continuada en los avatares del 63, en las falsificaciones y robos de Buenaventura Báez, en la dictadura de Lilís, en la intervención yanqui del 16, en los aspavientos reeleccionistas de Horacio Vásquez, en el trujillato, en los siete meses de Bosch, en la Revolución de abril, en la agonía y éxtasis del balaguerato, en los ascensos y caídas del perredeísmo… y en las dilatadas euforias del leonelismo-danilismo, donde se hirió de muerte al boschismo.

El trepador dominicano nace con un serrucho en las manos, con un rápido “sí señor, a sus órdenes” en los labios, con un vestuario apto para asistir a fiestas y entierros, con una agenda multicolor en los bolsillos. El trepador nacional puede reír y llorar al mismo tiempo, deglutir y deglutirse, ser fiel e infiel; puede exclamar un viva Trujillo, un viva Bosch, un viva Balaguer, un viva Leonel, un viva Danilo y ahora un viva Abinader, con la sonoridad de un coro gregoriano.

El trepador dominicano es una careta múltiple, una voz coral; y es ahí donde reside la peligrosidad del trepador, de ese parveno y escalador social, ya que necesita para colarse mentir y cubrirse de disfraces para llegar a lo indecible, a la simulada actuación que lo convierte en engaño.

¡Cuídate, Luís, de ese malandrín que en su trayectoria ha posibilitado la supervivencia de la lambonería que lleva a la corrupción, a la prevaricación y al nepotismo, trastornando la cabeza de los gobernantes y haciéndoles creer que son dioses!.

Por: Efraim Castillo
efraimcastillo@gmail.com

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