Pese a todos elogios a la “democracia” de pacotilla impuesta a nuestro país, sus apologistas cierran los ojos ante un capitalismo que lleva en sí mismo el germen de su destrucción, y quienes dicen defenderlo a capa y espada hacen todo lo necesario para que colapse al más corto plazo.
Crean y multiplican de forma progresiva inequidad, exclusión, hambre, desempleo, insalubridad, analfabetismo, corrupción de Estado y los abusos desde el Poder; empujan hacia el precipicio todo su andamiaje.
Desde los tres poderes del Estado van cavando su propia tumba. La política de inflar la deuda externa sigue siendo la primera opción para alimentar al boa, no así para combatir las miserias que padecen las mayorías del país.
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Invierten los recursos públicos en proyectos que poco o nada resuelven, mientras descuidan la educación, salud y alimentación de la gente. La nómina del Estado crece a pasos agigantados para fortalecer el clientelismo político.
Un examen al mundillo del Congreso Nacional, Poder Ejecutivo y Poder Judicial no deja ningún resquicio de duda de que el ¿orden? establecido le está llegando su final, afectado de la fétida putrefacción.
La Constitución de la República es reformada a su antojo, cada vez que lo desean. Las leyes son elaboradas de igual forma, pero no las respetan ni las hacen respetar. Los tribunales de la República son escenarios del tráfico de mercaderes.
Pese a la grave crisis económica, siguen matando bosques, ríos y envenenando el medio ambiente para multiplicar sus riquezas; son el relevo de los que antes también devastaron nuestras montañas, saquearon nuestro oro, níquel y bauxita…
Como lo he afirmado en otras entregas, ellos siembran vientos; entonces, sin poder evadirlas, cosecharán las grandes tempestades.