El presidente Leonel Fernández dirigirá el domingo en la noche un discurso a la nación que se ha dicho sería en su condición de presidente del Partido de la Liberación (PLD), pero resultará imposible al mandatario poder desdoblarse e ignorar en su alocución referirse a cuestiones esenciales que interesan o perturban a la nación.
Un ausentismo presidencial ha sido la constante en la discusión pública sobre una crisis económica cuyo impacto y magnitud están signados por un recrudecido crack financiero global y agravado por extravíos oficiales en diseño y aplicación de políticas públicas referidas principalmente al Gasto Público y a la prioridad de la inversión.
Es por eso que el discurso presidencial ha creado en la sociedad un inusual nicho de expectativas, quizás también porque la población aguarda por algún aliento, máxime después que se ha reeditado el acuerdo con el Fondo Monetario y colocados los bonos soberanos que garantizan el tope del déficit fiscal exigido por ese gendarme.
No se objeta que el Presidente aborde en su discurso asuntos relacionados con su partido, pero sería un desplante mayor si por algún motivo obvia abordar la difícil situación económica matizada por resabio inflacionario que aleja las góndolas de los consumidores y por una drástica reducción del circulante y de las actividades productivas en general.
No se niega que como resultado del acuerdo con el FMI, los indicadores básicos de la macroeconomía se estabilizan, pero las ácidas recetas fondomonetaristas han causado terribles efectos secundarios a punto de provocar convulsión en el enfermo cuerpo económico y social de la nación.
Por exigencia del Fondo y por cúmulo de negligencia oficial, las transferencias presupuestarias este año para cubrir déficits del sector eléctrico y cumplir con el programa de recapitalización del Banco Central superan los 50 mil millones de pesos, recursos que han debido usarse en equipamiento de hospitales o construcción de aulas escolares.
Por esas y por mil razones más, el presidente Fernández está compelido a pronunciar el domingo un discurso autocrítico, de relanzamiento de la economía y de su propio gobierno, esperanzador y realista, que ayude a levantar el ánimo colectivo, a devolver fe perdida, a conjurar pesimismo y despertar entusiasmo. Crucen los dedos.

