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Cuando el caos se hace cómplice junto al poder de los idiotas

Cuando el caos se hace cómplice junto al poder de los idiotas

RAFAEL SANTOS

“Caos: El Poder de los Idiotas” del periodista Juan Luis Cebrián, fundador-director del prestigioso periódico español, El País, es un libro breve, atrevido, pero sobre todo, también denunciativo.

Escrito con un estilo llano, en donde dice serias verdades sobre el sistema político imperante en su nación (España) y parte de Europa, las cuales, no solo se asemejan a nuestro sistema dominante, sino que hasta podríamos establecer similitudes con nuestras realidades tercermundistas.

De manera muy pronunciadas, el autor hace énfasis en aquellas naciones que por sus torpes estilos de gobernar, sus líderes poco a poco han estado exterminando sus valores democráticos, para llevar a esas naciones hacia un desfiladero político, y por ende, al caos social, tal y como ha estado aconteciendo en algunas de nuestras naciones latinoamericanas.

Al inicio de la obra, Cebrián nos advierte, que el presente texto, ahora sujeto a nuestro análisis-crítico-reflexivo, tiene como propósito fundamental, “alertar a la ciudadanía sobre las amenazas actuales contra la democracia y la libertad en un mundo cada vez más atribulado y caótico que se muestra incapaz de gestionar su destino”, página 11.

Dicho autor, considerado un maestro de la narrativa periodística, es mordaz contra la clase política de su nación, al asegura que “Además del coronavirus una nueva epidemia comenzó a extenderse: la de la mentira”, página 15, no dejando además de tener ciertas dosis de razón, cuando traspasamos algunas de sus consideraciones a esta parte del mundo en donde muchos de los gobernantes han hecho de su discurso una retórica vacía.

Ahora bien, debemos aclarar, que “La mediocridad de gran parte de la clase política, elevada mediante el ejercicio del sufragio a la más alta magistratura en muchas democracias occidentales, es a la vez causa y consecuencia de la situación” página 25 (refiriéndose a la idiotez con la que muchos de nuestros gobernantes han actuado).

Sin embargo, es preciso aclarar antes de continuar adentrándonos más al interior del presente análisis que sobre este importante libro hacemos, y es que en la actualidad y según se ha observado, en República Dominicana, contamos con un tipo de gerencia en el más encumbrado puesto político (presidencia), con un hombre que como Luis Abinader ha sabido manejarse con elegancia ante las adversidades que nos amenazan como sistema democrático.

A pesar de que ciertos sectores de la oposición les han pretendido endilgar ser un idiota en materia político-administrativa, nuestra posición es totalmente contraria si analizamos con objetividad el desenvolvimiento de este frente a las cuestiones estatales.

Portada del libro: Caos, el poder de los idiotas.

La madurez con la que el actual Presidente dominicano se ha manejado en medios de las constantes crisis que han estado arropado al mundo, sobre todo en la concerniente a la pandémica, los conflictos bélicos que se suceden en la otra parte del globo, los huracanes y la mayúscula crisis de nuestros vecinos haitianos, esto nos ha dado a entender, que el hombre (Luis Abinader), contrario al discurso de la oposición, se ha sabido manejar con mucha elegancia y conocimientos de causas.

Ahora bien, y continuando con el hilo conductor de nuestro análisis del día de hoy, debemos recalcar un punto comprensible dentro del presente contexto, y es, que a la luz de lo que dice Cebrián, el cual según hemos entendido (sobre todo, a juzgar por sus apreciaciones a lo largo de su escritura)  este es un intelectual pro-chino, el cual durante su discurso señaliza un punto de mucha relevancia, y es el peligro que corren las diversas democracias del mundo al ser arropadas muchas de ellas por el gusanillo de las “democratizadoras” redes sociales.

“Dado que la democracia es un régimen basado en la opinión pública, la cuestión se complica además con las distorsiones que producen las redes sociales y la eclosión de las nuevas tecnologías”, página 30, y a seguida, pero en la siguiente página, el autor continúa diciendo, que “Demasiadas veces insistimos en el hecho de que la sociedad digital representa un cambio de civilización revolucionario”.

“La sociedad digital es el primer responsable del nuevo desorden mundial”, página 145, y a todo esto le agregamos, que el mismo básicamente se debe a la falta de una mayor y mejor previsión en cuanto a lo que a través de estos trabajos politológicos hemos venido abogando, que es la Educación Política, pero basadas en valores tanto éticos como morales, y de la cual las instituciones políticas, entiéndase a los partidos del sistema de todos los países, son los máximos responsables.

En nuestra República Dominicana, tenemos la ley 3318, la cual en sus articulados del 34 al 39, establecen con claridad las reglamentaciones para llevar a cabo este proceso, pero que desgraciadamente no se cumplen, al estar esta misma ley plagada de muchas debilidades.

Quiérase o no, y aunque algunos de los partidos no deseen admitirlo, si bien es cierto que después de una titánica lucha librada durante muchos años para la aprobación de esta ley, con la misma se ha dado un importante paso de avance para el inicio de nuestro desarrollo en materia de lo que bien podría ser la institucionalidad política.

Ahora bien, también no es menos cierto que estos artículos pasan desapercibidos, a lo mejor, porque a quienes se hacen llamar líderes o caciques de esos mismos partidos no les interesa la institucionalización de la política misma como sustentadora del desarrollo de los pueblos.

A juzgar por lo que varios textos de los que hemos compartidos en términos analísticos sus autores han expuestos, es preciso decir, que estas (las redes) han venido jugando un papel de primer orden para la instauración de sistemas desinformativos y anarquizadores, los cuales a cada segundo que pasan, atentan más y más contra la estabilidad y el desarrollo de muchas de nuestras naciones.

Esto último ha venido como consecuencia, al mal uso que a lo mejor por la falta de conciencia de sus consumidores (en un porcentaje muy elevado) han pasado a ser el recipiente perfecto por donde muchos de nuestros políticos y dirigentes estatales vuelcan sus venenos en contra (por ejemplo) de la sana doctrina democrática, y por qué no, contra todo aquello que huela a desarrollo integral de nuestras naciones.

Ahora bien, no todo ha sido negativo en cuanto a redes sociales se refiere, no, debemos resaltar también, que “la sociedad digital ha puesto en evidencia las carencias no solo de nuestra industria, sino de la arquitectura política que contribuye a sustentar y que se resiente cada vez más, hasta el punto de que si no se refuerza acabará en ruinas”, página 144.

Sin embargo, y como consecuencia de la falta de un mayor y mejor grado de conciencia de sus usuarios, pero además por lo que con antelación al párrafo anterior decíamos, “La sociedad digital es el primer responsable del nuevo desorden mundial” página 145, no solo en el aspecto de lo político, que es el caso que en el presente trabajo más nos interesa, sino además, en el sector juvenil, que es la gran receptora de los múltiples venenos que a través de sus inimaginables sistemas se vierten.

“Aunque estas circunstancias son bien conocidas, muchos ciudadanos otorgan una credibilidad inaudita a las mentiras, rumores, calumnias y disparates de los confidenciales blogueros y tuiteros, que desdice mucho del rigor periodístico de los medios tradicionales y promueven y acentúan la polarización política y social”, página 149.

Finalizamos nuestro presente enfoque sobre el interesante libro del periodista Juan Luis Cebrián, con unas líneas que para mí, son en su esencia, uno de los elementos del por qué muchas de nuestras naciones pasan por la infausta experiencia de ser gobernadas por auténticos idiotas, cito: “Los maestros de nuestros tiempos, para millones de gentes, no se llaman Jean-Paul Sartre ni Ortega y Gasset, sino influencers. La mayoría tiene menos de 30 años, cuerpos esbeltos y sonrisa de plástico. Los candidatos a las elecciones les cortejan y posan con ellos, los directores comerciales pelean por sus favores y los adolescentes no se cortan el pelo ni se visten a los Beatles o lady Di, sino de acuerdo a la estética del rap, que ha hecho del desarraigo callejero una máquina de hacer dólares”, página 146.
 ¡Pobre sociedad!