La señora Carmen Antonia Feliciana del Orbe (74 años), muestra una foto de su hermano Pedro Fernando Feliciano (Frank el Lento).
Es una mañana de domingo en La Romana, se puede divisar el sol, sentir cómo la tibieza inicial va incrementándose a medida que avanza la hora. Cruzo con cuidado para no ser atropellado al tratar de dejar atrás la avenida, y ganar la casa a visitar.
Ya enfrente, vencido el portón y escoltado, penetro y observo un patio amplio, ideal para perros, gallinas y gatos deambular a sus anchas y esparcir plumas, cacas y pelajes, me recibe la señora Carmen Antonia Feliciana del Orbe (74 años). Está vestida, con ropa delicada que hace recordar lo casual y la seda, pero el sombrero y los lentes, y la forma de sentarse, derrumba esa impresión efímera, y le dan el toque de lo egregio.
Erguida, más que encorvada, luce como que con el paso del tiempo ha hallado esa forma más cómoda de ubicar huesos y carne. Ella habla de su hermano, Pedro Fernando Feliciano. Frank el Lento, con este último mote, coronado. ¿Quién fue? Un revolucionario. Un izquierdista, cuando serlo servía más que como credencial, como carne de cañón que terminaba en cuneta o cárcel, o sospechoso eterno, vigilado siempre por ojo criminoso de las autoridades.
Frank el Lento fue uno más que se llevó la represión de los llamados doce años (1966-1978). La edad que él tenía, (treinta y pico) ella no la recuerda (solo su dolor es exacto), pero sí que tenía sus ideales guardados en secreto, que su detención fue sorpresa, como los allanamientos posteriores, a prima madrugada, a su casa realizados.
Para no perjudicar a la familia y evitar que ésta con los demonios del poder se encontrara, Frank El Lento nunca dijo en qué pasos andaba, conocedor de que además de los poetas, para las familias, los izquierdistas son también taras.
Fue delatado y luego detenido, y lo más sombrío para doña Carmen: nunca pudo dar con su cadáver. Si la muerte tiene la jurisdicción de hacer a alguien intangible, el Estado tiene la facultad terrible de convertirle, como a Pedro, en un desaparecido para siempre. Eso la lacera: no ver el cuerpo, no cumplir con el rito de llorarle, no afianzarse en lo funerario.
Pero para ella, fue el hermano que aún a más de cuarenta años, aún llora como si hubiese fallecido hace apenas unas horas. No más pronuncia su nombre y saluda las lágrimas.
-Lo agarraron y lo torturaron. Pero no habló. No delató a nadie. Era un verdadero líder. Prefirió morir.
Un tal Esteban Ungaray hizo el papel de Judas. Al martirologio de forma rápida llevó a Frank el Lento. Entonces ella dice que su hermano tenía coraza. De cobarde y delator no corría por sus venas ni un cecé de sangre.
-Debió sufrir mucho, debieron torturarle mucho en el destacamento para que hablara. No era hombre que quebrarse, dice.
Los golpes que le ha dado la vida no son para estar viva. Reconoce, y otra situación evoca. Muchos años después (en el 1997) perdió a un hijo de 19 años, prospecto de los Yankees. El dengue dio el oscuro pelotazo.
El traidor y su destino
Tiene bien fresco el nombre y la figura de quien traicionó a su hermano. Esteban Ungaray. Cuando pronuncia su nombre su voz se torna un tanto rabiosa.
No tiene reparos en confirmar que este tuvo el destino natural de quien traiciona: murió no queriendo dar la cara, en la luz del día queriéndose hacerse sombra, más que pasos queriendo desplazarse a hurtadillas. Huyó al exilio cuando Balaguer perdió las míticas elecciones del 78.
Recuerda también la última ocasión que vio el traidor Ungaray: estaba en silla de ruedas. Sin embargo, en vez en irse en improperios hacia el traidor, su pensamiento vuelve al hermano: “mi hermano era diferente, prefería morir que delatar a otro. Ese era un líder. Tenía ideales”.
A pesar de los golpes vallejianos, la familia la mantiene viva, y muestra fotos de una nieta que es su adoración. Pedro Fernando Feliciano (Frank el Lento) sigue siendo nombre sinónimo de lágrima.
El perro que ha permanecido junto a ella durante la entrevista cuando ella se para, él también se levanta. Así de fiel han permanecido las lágrimas en aquellos vivaces ojos cuando habla del hermano.
A fuera, en el patio, la luz se ha intensificado, los árboles, el color de la tierra parecen más vivos: la hora avanza, y cruzo para dejar atrás y me queda grabado la fotografía a blanco y negro del Frank el Lento, la forma de ella abrazarle, y sobre todo cómo el amor de la hermana se ha mantenido vivo por tantos años, y evoco el verso del poeta de tanta puntería y tan acertado que retrata la fidelidad y amor de las hermanas.
El autor es periodista y escritor.