En Argentina se ha consolidado desde hace décadas un ritmo popularmente conocido como “cuarteto”, especialmente en la provincia de Córdoba.
El nombre le viene porque en su génesis era tocado por cuatro músicos: contrabajo, piano, violín y acordeón. Sin embargo, hoy día ha sufrido una transformación ya que los nuevos exponentes han tomado como base el merengue, una fusión que lo ha hecho más potable en la industria musical argentina. Pero, desde una mirada musicológica, histórica y rítmica, resulta difícil sostener que lo que están haciendo esas bandas sea “cuarteto”, puro y simple.
La base rítmica, el patrón de percusión, el tempo, la estructura armónica y el espíritu bailable no son otra cosa que una adaptación del merengue.
No es una casualidad ni una coincidencia: es herencia directa. Por tanto, más que “cuarteto”, lo correcto sería llamarlo merengue, con un acento local, pero merengue al fin.

El punto de inflexión que terminó de evidenciar esta realidad se produjo cuando el legendario cantante argentino La Mona Jiménez incorporó a su repertorio el merengue “El gato”, obra del dominicano José Virgilio Peña Suazo, líder de La Banda Gorda, que alcanzó gran éxito en la voz de Nelson Gil, con la orquesta La Artillería.
A partir de ese momento, no solo se popularizó el tema en escenarios argentinos, sino que abrió una puerta creativa. Músicos de la escena local comenzaron a experimentar directamente con el merengue, tomando como base los éxitos de Peña Suazo y reproduciendo su estructura rítmica, su energía y su arquitectura musical. No estaban creando algo nuevo, estaban reinterpretando un ritmo ya existente. Lo que hoy se presenta en Argentina como “evolución” del cuarteto es, en realidad, una profundización del vínculo con el merengue.
La instrumentación puede variar, el fraseo puede tener acento rioplatense, pero la matriz es inequívoca, el patrón binario, el contratiempo, las líneas de bajo y la función rítmica de los metales remiten de forma directa al merengue de orquesta.
La obra de Peña Suazo se ha convertido en una escuela informal para músicos argentinos que, consciente o inconscientemente, están estudiando, versionando y replicando la estética sonora de La Banda Gorda. Tan fuerte ha sido la pegada de estas canciones en el público argentino que un empresario artístico se vio obligado, no por estrategia, sino por demanda real de la audiencia, a contratar a Peña Suazo para ofrecer dos conciertos del merenguero dominicano en Argentina.
Ambos eventos lograron un éxito rotundo y confirmaron lo que la música ya venía hablando. El público no estaba respondiendo al “cuarteto” como género independiente, sino al poder del merengue en su forma más auténtica. El hecho de que Peña Suazo haya sido invitado nuevamente al país es una prueba viva de ese fenómeno cultural.
El cuarteto no nace como ruptura, sino como extensión. No es una música nueva, sino una reinterpretación del merengue “made in RD”, en territorio argentino. Reconocerlo no resta mérito a los músicos argentinos, al contrario, dignifica la cadena cultural y devuelve a la República Dominicana el lugar que le corresponde como cuna de una de las expresiones rítmicas más influyentes del continente.
Llamar las cosas por su nombre no es un acto de confrontación, es un acto de justicia cultural.

