Durante muchos años el desarrollo humano fue el gran trofeo del que se enorgullecían los líderes y aliados de ese fracaso en que 65 años después ha devenido la Revolución cubana. La supresión del analfabetismo, reducción al mínimo de la mortalidad materno-infantil y la satisfacción de las necesidades básicas de la población, aunque no sin grandes sacrificios, fueron importantes logros en una región colmada por las desigualdades.
Pero hasta ese desarrollo, en su momento tan cacareado, ha comenzado a esfumarse, como se ha visto en la solicitud del Gobierno al Programa Mundial de Alimentos de la ONU del envío urgente de leche para niños, en el contexto de una profunda crisis económica.
Esa Cuba que hoy toca fondo, no como resultado de una catástrofe climática, era, hasta antes del 1 de enero de 1959, una de las principales economías y uno de los países más avanzados de la región. Potencia en salud, deporte, educación básica y superior; arte, cultura, agropecuaria y en producción industrial.
Pero antes que mantener ese proceso, la Revolución lo frenó para reencauzarlo por senderos que la han colocado al borde del abismo. Por supuesto el culpable del del estrepitoso fracaso del modelo no ha sido otro, para sus líderes, que el “criminal bloqueo” impuesto por Estados Unidos.
Es ridículo que frente a la escasez de leche para la niñez, harina para pan y otros rubros alimenticios el Gobierno insista, como si se tratara de un disco rayado, en responsabilizar a Washington del desabastecimiento que todavía antes de adoptar su modelo socialista producía hasta para exportar.
Aferrada a su régimen, lejos de ver y copiar de China y Viet Nam, que renunciaron a la centralización para fomentar una economía mixta, Cuba insiste en un sistema fracasado, que solo ha generado miseria en la población. Ni siquiera la caída en 1989 de la Unión Soviética, vencida por la economía de mercado, alertó a la nación caribeña sobre la necesidad de modificar el rumbo.
China, que hoy compite con la mayor economía mundial, ha preferido guiarse por el lema de Deng Xiaoping de que el desarrollo es la única verdad firme y que no importa si el gato es blanco o negro (ideología), mientras cace ratones (resultado). Sobre esa base impulsó a finales de 1978 una reforma económica para alentar la inversión extranjera, la privatización de empresas estatales y la creación de zonas especiales. Desde entonces a la fecha es demasiado lo alcanzado por la nación asiática.
Cuba, que fue una potencia, tiene que pasar hoy por el infortunio de clamar a la ONU por leche para los niños. Pero no entiende que sin producción ni crecimiento solo reina la pobreza.