Por César Mella
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Corría el año 1976 y yo cumplía mi pasantía en el hospital José A. Columna del IDSS en Bonao.
María, una damita soltera sin antecedentes de salud de importancia, a sus 21 años “no salía de una dolama” al decir de su madre, quien la acompañaba a la sala de urgencias a cualquier hora quejándose de dolores diversos.
Decidí indicarle una tableta de complejo B siempre a la misma hora del día.
Al observar que no regresaba en un mes completo, inquirí con su madre sobre el estado de mi paciente y me respondió con un aire de satisfacción: “Doctor, eso fue un cuchillo, mi hija está completamente sana, después de Dios, usted”.
La palabra placebo proviene del latín y significa “dar placer”. El efecto placebo es la consecuencia positiva de una manipulación terapéutica o fármaco que está desprovisto de todo efecto fisiológico conocido. En medicina ese efecto es considerado en muchos estudios, para contrastar el efecto esperado de una sustancia o intervención terapéutica, cuyo mecanismo sí se conoce.
Es una especie de control para asegurarse que el tratamiento o fármaco estudiado efectivamente produce un efecto fisiológico medible.
El efecto placebo no solo necesita de la “fe” en el prescriptor; de un pensamiento positivo por parte del paciente, sino, y sobre todo que la experiencia del médico determine que no
existe una condición orgánica que justifique la sintomatología.
Cuando se está probando una vacuna, y es el caso de los esfuerzos que hacen las grandes farmacéuticas por librarnos de la covid-19, se dividen a los estudiados en varios grupos de voluntarios: portadores asintomáticos; portadores sintomáticos; pacientes negativos que tienen anticuerpos del virus pero que ya están recuperados y un cuarto grupo de los que están totalmente sanos.
Al grupo control, se le administra solo placebos de forma proporcional pero, sin que el paciente esté enterado a qué grupo especifico pertenece.
A veces a estas investigaciones se les denomina estudios doble ciegas.
El doctor Ted Kaptchuk de la Universidad de Harvard estudió a pacientes migrañosos al momento de entrar en crisis de dolor de cabeza y un cortejo sintomático. Dividió en tres subgrupos a los estudiados: un grupo tomó el medicamento antimigrañoso; un grupo tomo un placebo, es decir una sustancia inocua sin efectos terapéuticos esperados y un tercer grupo no tomó nada. Los investigadores descubrieron que el 50 % de los pacientes que tomaron el placebo mejoraron del dolor de cabeza post migraña.
No se sabe a ciencia cierta cuál es el mecanismo de acción del placebo y se ha llegado a hipotetizar que el “efecto de la bata blanca” del profesional de la salud juega un papel sugestivo persuasivo que moviliza neurobiológicamente a las endorfinas y a la dopamina.
El placebo no cura una apendicitis ni un hueso roto así que hay que ser muy cuidadoso con su uso.
Hay un efecto llamado “nocebo” que es todo lo inverso. Ocurre generalmente en pacientes hipocondríacos que hurgan obsesivamente en la literatura los posibles efectos adversos de la sustancia.