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Delincuencia y muerte

Delincuencia y muerte

Rafael Ciprián

La delincuencia siempre es la manifestación de la descomposición social. Ese deterioro del orden puede expresarse en casos aislados, excepcionales o en ataques continuos o crisis de la seguridad ciudadana.

 El delincuente no nace, se hace. Y la teoría del buen salvaje de Juan Jacobo Rousseau dice que el ser humano no nace ni bueno ni malo. Es una tabla raza u hoja en blanco. Lo demás es una construcción social, cultural.

 Sabemos que Nicolás Maquiavelo afirmó que la persona es mala por naturaleza. Pero se refería a los políticos con poder. Y en eso tenía razón. El político aprende o por estudio o por práctica o por ósmosis a ser manipulador y perverso. Y esto se hace parte de su naturaleza. 

Cesare Lombroso estaba equivocado al crear el perfil del criminal nato. Su positivismo criminológico era racista y biologicista. Creía que el sujeto en conflicto con la ley tenía rasgos físicos característicos. Hoy diríamos que tenía que ser negro, feo y pobre. Jamás de apariencia aria o conforme al fenotipo de la belleza europea, esto es, rubio, de fisonomía griega. Nunca del africano.

Nadie niega que exista, por una parte, la herencia genética y, por la otra, las deficiencias mentales patológicas. Psicosis como la sicopatía, la sociopatía, la paranoia, la esquizofrenia y demás taras mentales. Estas características pueden conducir a actitudes criminales, delincuenciales.

La delincuencia siempre es la manifestación de la descomposición social

 Hoy sabemos que el delincuente es un ser humano, es una persona en conflicto con la ley, con el ordenamiento jurídico, con el sistema, con el orden establecido. No es un animal o no persona.

 El delincuente común, el callejero o de poca monta no tiene conciencia política, ni social, ni nacional, ni de sujeto que pertenece a una comunidad. Es un ser privado de la educación formal, de las oportunidades sociales de desarrollo y víctima de las injusticias sociales, aunque la sin razón de algunos elitistas lo niegue.

 Ciertamente, los delincuentes comunes son individuos sin formación académica ni hogareña. Suelen proceder de familias disfuncionales, monoparentales, con infancias infelices. Crecen sin esperanzas de progreso material. Se consideran excluidos del bienestar material y social.

 Ahora bien, los delincuentes de cuello blanco o sepulcros blanqueados, que llamamos señores, son educados o con inteligencia apreciable. Logran trepar a cargos en el Estado o son profesionales en actividades privadas. Cuidan las formas y evitan el escándalo. Pero roban y matan. Y hacen un daño social más grande que los delincuentes comunes.

 Matar delincuentes para acabar la delincuencia, sin erradicar las causas sistémicas, y sin educar en valores, principios, ética y moral, es igual que matar moscas para eliminar los basureros. La fiebre no está en la sábana.