Opinión Articulistas

Descarrío inaudito

Descarrío inaudito

Pedro P. Yermenos Forastieri

Dos personas fuera de toda sospecha. Al menos tal cosa podía suponerse a partir de una trayectoria de más de 60 años de conducta intachable y una hoja de servicio profesional y personal envidiable.

Por eso, resultaba imposible comprender cómo pudieron ocurrir los acontecimientos para que uno pudiese convencer al otro de involucrarse en un episodio tan disonante con sus respectivas experiencias de vida. Más todavía, el convencido logró recabar el apoyo de su esposa para ser la tercera persona en participar en tan detestable evento.

Estando en los preparativos, supieron que los ancianos contra quienes iría dirigida la embestida no vivían solos, sino que los acompañaba un fornido joven traído del campo de donde eran originarios los octogenarios.

“No importa”, dijo el ideólogo de la trama, “de ese me encargo yo”. Su amigo no salía del asombro al constatar la increíble transformación súbita que se había operado en alguien tan tímido, callado y reservado que todos lo consideraban un ser indefenso. Pero no menos concebía cómo él mismo se estaba prestando para inmiscuirse en algo que tanta repulsión le provocaba.

El caso es que, llegada la madrugada del día señalado, los tres se dirigieron al lugar de destino.
El jefe del operativo se llevó la primera sorpresa al descubrir que la puerta de acceso no tenía seguro. Entraron sin ninguna dificultad. El acompañante tampoco estaba y los señores, lejos de intimidarse, parecían darles la bienvenida.

La decepción del planificador fue enorme al comprobar que nada encontraba de los tesoros que supuestamente guarnecían en la residencia de dos personas que, fruto de un intenso trabajo durante largos años, pudieron acumular una apreciable fortuna.

Cuando salió de la habitación que dejó convertida en un colosal desorden, presenció la escena en que sus compañeros de delito conversaban de forma animada con las víctimas del fracasado despojo.
Les dijo que se marcharan y al no obtener respuesta, decidió irse solo con una mezcla de frustración y remordimiento al descubrir que un sentimiento absolutamente nuevo para él, le laceraba.
Cuando las dos parejas sintieron que todo había transcurrido, se abrazaron, lloraron y sonrieron al mismo tiempo.

Los dos viejitos no se cansaban de agradecerles a sus contertulios por haberlos advertido del peligro inmenso al que iban a someterse.

Eso les permitió prepararse y tomar las precauciones de lugar para salir prácticamente indemnes de aquella tentativa de asalto que, por fortuna, no pasó a mayores.