Pablo Mckinney
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Mi dilecto Francisco (el Papa)
Por palabras como las que expresa en su carta, mas de un rabioso funcionario de la alcurnia católica dominicana le hubiese dado descomunal “pela de lengua” o “suapeada de piso”(que habría sido publicada en primera en algún diario) a mi dilecto Francisco, el Papa; pero ya ven, no sólo en la guardia se han de respetar los rangos y las jerarquías. (Con su permiso, señor mío, si fuera usted tan amable de guardar silencio, que va a hablar su Santidad).
Mi dilecto Francisco (el Papa) no representa a Dios en la tierra, pero lo que es más importante, trata de imitarlo con sus actos, hechos y gestos, lo que es una verdadera chulería, una maravilla; como ver llover en Palmar de Ocoa de Ibiza, o que se duerma el sol en La Zona mientras la Sophia de cada quien te regala una mirada como si fuera el cielo. (Sophia no es un restaurant para pasear locutores sino un amor, el amor de cada quien para cada cual.)
Tal que, para quien corresponda, mi dilecto Francisco, (el Papa), ha enviado al pueblo dominicano una carta de presentación de su nuevo embajador en el país (Nuncio), que no es otro que el arzobispo don Jude T. Okolo, de raza negra por demás, lo que unido a que Estados Unidos nos ha enviado un embajador gay demuestra que los tiempos van cambiando y la tolerancia y el respeto a los derechos del otro, al diferente, alternativo, se van imponiendo en una sociedad mojigata y cruel de “Trujillitos Torquemadas”… mientras una Rosa Park sigue sentada en aquel bus, negada a ceder su asiento a una señora de raza blanca que la insulta por el dulce pecado de su piel de miel de abeja, Martin Luther King tiene un sueño y sonríe, el Ku Klux Klan se suicida de odio, el apartheid se envenena en su Auschwitz, y el negro Obama, Barack, que es el Presidente de los Estados Unidos de América, nos saluda aferrado al abrazo de la Michelle, y se reinventa de a poco la América de todos que algún día será. (Lo mejor de cada uno de nosotros está en el amor de los otros, sus abrazos, tú.)
Así andaba el mundo, cuando al arzobispado del Santo Domingo de todas las primicias americanas llegó una carta de mi dilecto Francisco (el Papa). Lean y recuerden al Fito: “!Quién dice que todo está perdido… yo vengo a ofrecer mi corazón!”.
Dice mi dilecto Francisco, (el Papa):
“La Iglesia no quiere privilegios, no tiene intereses políticos, no busca alianzas estratégicas. Quiere servir a todos, y por eso trabaja por el bien común, la paz, el progreso, la libertad, la justicia, la solidaridad y el desarrollo integral de los dominicanos”.
“(…) siendo humildes, reconociendo que todos cometemos fallos y meditando la Palabra de Cristo nos será más fácil mantenernos en una fidelidad cotidiana a su llamada (…)”.
“Tengo muy presente en mis oraciones al amado Pueblo de Dios que peregrina en la República Dominicana, especialmente a los que sufren a causa de los pecados de los hombres y mujeres de la Iglesia. (…) A la vez quiero reiterarte el compromiso, claro y valiente, para que las víctimas de estas torpezas sean siempre defendidas y tuteladas, de modo que la justicia sea atendida en todos sus aspectos”.
Eso dijo mi dilecto Francisco (el Papa) al pueblo dominicano… y entonces salió el sol.