Articulistas

El caos nuestro de cada día

El caos nuestro de cada día

Chiqui Vicioso

Una de las razones por las que no recibo muchos visitantes es el “parqueo” o estacionamiento.  Es imposible conseguir uno los fines de semana, más bien desde los miércoles de cada semana.

Y es que la Zona, abandonada por sus originales habitantes, que hoy lo lamentan porque los únicos que parecen entender que esta ciudad intramuros fue la primera de América, son los extranjeros, los cuales están comprando todo lo que encuentran, y hablo de españoles, alemanes, franceses, rusos, italianos, y hasta príncipes árabes.

Desde los miércoles, empiezan a llegar en hordas los muchachos del resto de la ciudad, en yipetones que estacionan en ambos lados de la acera, para invadir los múltiples lugares y lugarcitos que están poblando la zona:   prostíbulos con apariencia de discoteca, donde lamentablemente la mercancía son muchachas venezolanas, y creemos que abunda la droga (atención Dirección General de Drogas) por el volumen y estilo de la música, para retrasados mentales.

Con todo eso podríamos vivir si al salir de aquí no enfrentáramos un caos vial que convierte cualquier visita o viaje al médico, en un infierno.    Llegar al Parque Independencia es una odisea, y seguir por esa avenida hasta la Máximo Gómez puede llevarte media hora o una hora.

¿Y todo por qué? ¨

El caos del tránsito tiene que ver con la planificación de los horarios

Primero, porque no se ha determinado que a las horas pico de tránsito no se pueden arreglar las calles.  Viví en New York y nunca vi a una brigada pintando la calle o sellando hoyos al mediodía.  En una ciudad como esa siempre se arreglan las calles de madrugada, y solo viniendo de una fiesta o reunión se ven las brigadas.

Segundo, porque no se ha hecho lo que se ha establecido en la Argentina: Tres horarios de trabajo: Uno para los obreros: ocho de la mañana.  Otro para la empleomanía estatal y bancaria: a las nueve de la mañana y finalmente uno para ejecutivos a las diez de la mañana.

A un familiar sufría enormemente llegar a su oficina.  Le dije: sufres porque quieres porque eres dueño de tu oficina.  Ve a trabajar a las diez, de diez a una son tres horas.  Vete a tu casa a comer, duérmete una siesta, y regresa a trabajar a las cuatro y labora de cuatro a siete.  Así regresaras después que haya pasado la hora pico.

Hoy es un hombre feliz y me lo agradece, porque ha evitado las tres horas pico en que se mueve la ciudad.