En artículos anteriores he mencionado el peligro de las redes sociales como megáfono de desinformación, calumnias y declaraciones difamatorias, y lamentablemente esa es la realidad con la que tenemos que vivir.
En esta ocasión, en cambio, debo llamar la atención sobre la otra cara del mismo problema, que es el modelo de negocio que mantienen los medios creíbles y las revistas académicas que al exigir a los consumidores el pago para el acceso a su contenido le ceden la ventaja competitiva en el espacio de la opinión pública a la desinformación y a las noticias falsas.
El ecosistema de desinformación y noticias falsas genera contenido gratuito, en páginas chatarra, utiliza bots para amplificar ese contenido y manipular los algoritmos para llegar a mayor cantidad de personas y muchas veces se asiste de Inteligencia Artificial para falsear interacciones o generar contenido con mayor facilidad.
La efectividad de la desinformación está en la facilidad con que se genera y el alcance que obtiene, siendo su objetivo esencial el alcanzar las pantallas de la mayor cantidad de personas.
Por su lado, el periodismo profesional y la academia están mucho más limitados en su capacidad de generación de contenido por estar constreñidos a la realidad y a hacer un análisis más meticuloso de esta, atrapados en una forma más tradicional de hacer las cosas.
El contenido se publica en páginas o medios oficiales, tiene escasa divulgación en redes sociales, emplea un lenguaje altamente técnico desconectado del lector ordinario, y peor aún, cobran el acceso a dicho contenido.
Y se debe reconocer que esto tiene su raíz en un poco de arrogancia de parte de periodistas y la academia. Estos escriben para quienes entienden son sus pares y para satisfacer sus propios egos, y a ese ambiente donde se tiene una efectiva moderación sobre “la verdad” solo se puede acceder si se tiene el dinero suficiente para pagarla. Y soy el primero en reconocer que ese trabajo y dedicación sí merece ser generosamente pagado, pero la monetización de ese trabajo no debería venir a expensas del acceso para el público general.
Las consecuencias de esta dinámica ya son visibles. La confianza en la ciencia llegó a su punto histórico más bajo después de la pandemia, y aunque en el último año esa tendencia ha mostrado señas de estarse revirtiendo, esa confianza aún dista mucho de los niveles prepandémicos, por igual, hoy muchos charlatanes con podcasts o cuentas en redes sociales tienen mayor poder de difusión de noticias y mensajes que medios como el New York Times, el Washington Post, Reuters o Bloomberg, y por ende, mucha mayor influencia en el sentir general.
¿Qué efectos prácticos tiene esto? La inversión en estudios académicos y la investigación científica ha sido recortada significativamente a nivel global en los últimos meses, varios países desarrollados están enfrentando brotes de enfermedades prevenibles como el sarampión, las acciones para mitigar los efectos del cambio climático están siendo pausadas o eliminadas, todos los países están desarrollando su propia epidemia local de teorías conspiranoicas que moldean la percepción de su ciudadanía e influencian el discurso político.