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El padre Fello ha muerto

El padre Fello ha muerto

Rafael Peralta Romero

Conocí al padre Rafael Felipe y Núñez en 1966, cuando ingresé al Seminario Menor san Pío X en busca de formación sacerdotal. Era el director espiritual de más de cien jóvenes   alojados allí tras el mismo objetivo que yo.  Fello Felipe tenía poco más de un año de ordenado y transpiraba juventud.

Nunca olvido la primera carta recibida de mi mentor   Juan Torres, quien finalizaba sus estudios en el Seminario Santo Tomás de Aquino. Uno de los consejos fue: “Déjese guiar por el padre Fello, que es un aparato al  que el Espíritu Santo maneja a su antojo”.

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Cuando fue ordenado obispo,  enero de 2000, publiqué un artículo  titulado “El báculo del obispo”  para resaltar su humildad, su  entrega al servicio de Dios y su forma de asumir la pobreza evangélica. Su báculo, símbolo del poder episcopal, fue hecho de un palito cortado en el monte.

El padre Fello falleció ayer. Monseñor Ramón Benito de la Rosa y Carpio escribió las siguientes reflexiones:

Hoy el cielo amaneció con un resplandor distinto, como si los ángeles hubiesen abierto un claro para dejar pasar a un amigo que siempre caminó con paso firme hacia la luz. Monseñor Fello, hermano de ruta desde los días jóvenes del seminario, ha partido a la Casa del Padre… y uno no puede evitar pensar que su llegada coincide con la Navidad eterna, esa que ahora celebra desde la plenitud del Amor.

Su vida fue un nacimiento constante. Él mismo era pesebre: humilde, sencillo, abierto a todos. En cada rincón de la Iglesia Dominicana quedó sembrada una huella suya, pequeña y luminosa como las luces que adornan los hogares en este tiempo. Con su palabra pausada, con su abrazo oportuno, con su fe sin estridencias, hizo carne la pobreza y la sencillez del Niño Dios, enseñándonos que la grandeza del Evangelio se vive más en el gesto callado que en la palabra ruidosa.

Hoy, mientras nosotros lloramos su partida, él contempla el rostro del Salvador que vino,  que viene y que vendrá. Entra en la Navidad verdadera, esa en la que no hay noche ni distancia, y donde los peregrinos encuentran por fin el descanso. Nosotros seguimos el camino con el corazón apretado, pero también agradecido, porque tuvimos un compañero que supo mostrarnos que la santidad se parece mucho a la amistad, al servicio y a la ternura escondida.

Monseñor Fello, amigo, hermano, pastor: ve en paz. Celebra allá, en la gloria, la Navidad que aquí anunciaste con tu vida.