Orlando Gómez Torres
orlando.gomez@gmail.com
Si bien el Presidente Danilo Medina ha mostrado deseos de evitar el incesante parcheo fiscal que caracterizaron las gestiones del ex Presidente Leonel Fernández, el tema de una nueva reforma cuelga inamovible detrás de sus hombros. A lo largo de su presidencia este se ha mostrado reacio a tomar decisiones engorrosas o involucrarse en temas que le puedan exponer a tomar medidas impopulares, lo que resulta comprensible considerando su intención de poner distancia de su más controversial antecesor. Sin embargo, la posposición del tema fiscal pudiera estar llegando a su fin en la medida que las transiciones de la reforma del 2012 culminan, el gasto se sostiene y las recaudaciones siguen siendo notoriamente insuficientes. Parece ineludible el día en que deberemos meter las manos en el barro.
El Presidente Medina suena convincente y decidido en su afirmación de que no tiene intenciones de modificar la Constitución para reelegirse, lo que partiendo de su palabra, le hace idóneo para realizar los cambios institucionales y legislativos necesarios para viabilizar los ingresos y gastos del Estado asumiendo el costo político de corto plazo que conllevaría, sin que esto afecte sus probables aspiraciones para el 2020.
Una reforma fiscal que solo busque incrementar ingresos mediante el incremento de porcentajes o creando impuestos específicos sería totalmente inútil al propósito de mejorar las perspectivas del fisco en el mediano o largo plazo. De igual manera el tan sazonado pacto fiscal podría no rendir frutos si la clase empresarial dominicana le aborda con su típica actitud de usar la legislación como una ventaja competitiva particular.
El enfoque de la reforma debería orientarse hacia la formalización de la economía como su punto primordial. Nunca será viable seguir trabajando los ajustes tributarios sobre la base de que el campo de recaudación queda limitado a menos de la mitad de lo que produce todo el país como resultado de la alta informalidad. Y ciertamente, esa formalización no va a venir de la mano de más altas tasas impositivas.
Más aún, será necesario un compromiso del Estado de mejorar la calidad del gasto, empezando por eliminar las duplicidades funcionales y las entidades sin objetivos relevantes, así como deberá ser aceptado por empresarios, choferes, amas de casa y todo grupito de interés que aparece debajo de una piedra en este país, que la era de los subsidios y las exenciones fiscales debe llegar a su fin si la aspiración honesta es a que el Estado dominicano pueda sostenerse con tasas impositivas más razonables y con menor incentivo a la evasión para el general de toda la economía.
Habrán ganadores y perdedores de corto plazo, pero no debe caber la menor duda que en el largo plazo tanto el Estado, los sectores productivos y toda la sociedad saldrán beneficiados de una reforma tendente a preservar la estabilidad tributaria, mejorar la competitividad en la economía y que otorgue ingresos para un Estado que se verá forzado a ser razonable en su gasto. Pero me caben menores dudas de que al final el mayor ganador de largo plazo sería el Presidente Danilo Medina.
 
                                     
            
            
            
            
            
 
                                
                                
                                
                                
                                