Para los candidatos políticos-electorales todos los votos son necesarios. Sin embargo, hay uno al que se le debe dedicar especial atención, y es aquel que bien pudiera surgir de un sector de nuestras poblaciones vulnerables, como lo es del llamado no pensante.

El voto vulnerable es el que por diversos motivos no se sustenta con la ideología del candidato o del partido, sino, aquel que como bien se dice en el argot popular, llega a tener su “militancia” o “simpatía”, a través de ciertos elementos que por la falta de una muy buena sustentación en materia educativa-política, “se deja convencer” para “depositar” el sufragio, cosa esta al que la misma dirigencia y previo al proceso electoral le da el debido seguimiento, pues, hasta tanto ese voto no es depositado, se corre el gran riesgo de que se pierda y traicione.

El voto no pensante se deja manipular a través de dadivas, de promesas; es aquel que se sustenta en base al clientelismo y a otros elementos, los cuales quiérase o no, surten sus efectos en un porcentaje muy elevado de nuestra población.

En ocasiones es producto de la ignorancia. Simplemente lo hace atendiendo al “compromiso” hecho sin que en la conciencia de ese votante pueda mediar la reflexión de lo que conviene o no al entorno en el que se desarrolla.

Ese es el que mediante estrategias elaboradas y con el padrón en manos, los llamados “activista” de ese candidato o partido, “les caen atrás”, pues conociendo sus debilidades, acuden hasta su puerta y con los métodos antes mencionados, logran “convencer” a esa persona para obtener el favor en las urnas.

El voto no pensante es el que se deja envolver en la telaraña del clientelismo, un cáncer que solo puede ser extirpado de nuestro sistema político-electoral, el día que los mismos partidos entiendan que la educación política de nuestros pueblos más que un compromiso establecido en nuestra ley de partidos (33-18), es una necesidad.

Rafael Santos

periodista