Opinión

ESTO PIENSO, ESTO CREO

ESTO PIENSO, ESTO CREO

Rafael R. Ramírez Ferreira

A causa de la desvirtuada cultura, morimos poco a poco.-

Producto de un estado muy aletargado, al observar como se muestran las bajezas humanas, las indolencias ante el padecimiento ajeno y hasta el ensañamiento con personas enfermas y para colmo, hasta con los fallecidos, donde nada se escapa a la morbosidad de los más bajos sentimientos humanos que han permanecido en muchos encapsulados, como esos virus que permanecen en ese estado solo en espera de que el cuerpo baje la defensa para atacar sin misericordia, es lo que me hace creer que la incultura es la que nos está matando.

La falta de cultura y sensibilidad han brotado cual erupción de un temido y peligroso volcán, que para nadie era un secreto que se preparaba para reaccionar en cualquier momento solo en espera de que pasara el tiempo, así ha ocurrido con la humanidad. Su descreimiento e inclusive su desarrollo material se colapsan ante la bancarrota de las normas más elementales con las cuales –hasta ahora- se vivían.

Por eso, hoy estamos pagando por los tantos desvaríos esparcidores de los peores virus morales, de aquellos que nos hacen recordar los otroras grandes imperios que fueron absorbidos por las mismas plagas que en estos momentos nos consumen, principalmente esparcidos por el delirio de grandezas y bienes por parte de aquellos llamados a ser moderados y hasta ejemplos, siendo lo peor de todo, que siquiera las religiones se han escapado de esta pandemia grosera y golosa por obtener riquezas materiales.

Curas y Pastores que con su voz claman al Señor de los Cielos y con sus hechos se abrazan al Señor Dinero, acción esta que de tanto llevarlas a ejecución les va lacerando la conciencia y el comedimiento, entonces, ¿a quién clamamos? Se impone la sobriedad; la solidaridad; la prudencia y sobre todo, la educación de la cual siempre se habla pero que hoy ante la carencia de la misma, todos los instintos animales afloran en cada acto haciéndonos parecer que todo aquello que hablamos sobre bienestar y crecimiento, solo se refiere a lo material, sin que tenga importancia alguna el cómo se obtiene o ha obtenido.

Ha quedado al desnudo nuestra falta de cultura, por haber cambiado la lectura por el juego de Nintendo; por lo plástico y banal; por el celular de última generación solo para chatear; la utilización del diccionario para utilizar la jerga del tigueraje y la farandulería, en fin, el desconocimiento de las cosas más elementales por las cuales se regía la sociedad. Las causas de estos males son muchas y muy variadas –esta vez voy a dejar fuera los políticos, porque de una u otra manera, también han sido víctimas de lo mismo-, más bien, podríamos iniciar por la pobre capacidad profesional de la gran mayoría de nuestros profesores y “catedráticos” que pululan por nuestras escuelas y universidades. Son sueldo mínimo en todo su accionar y eso demuestran y enseñan, salvo decorosas excepciones que encontramos hasta en los lugares más apartados del país pero, son los menos.

Todo un dineral dispuesto para la enseñanza eficaz que se disuelve como la espuma sin que hasta la fecha se haya notado un cambio significativo en la materia prima, que son los estudiantes, por el contrario, la mediocridad en el saber y comportamiento continúan expandiéndose cual pandemia peor que el coronavirus 19.

Solo requerimientos de “facilidades” para estos “profesionales” sin que se note reciprocidad de sacrificio alguno. Ha quedado demostrado que el problema de la educación en el país no era el dinero, sino la voluntad ciudadana para enseñar, por eso hace décadas desaparecieron los profesores como Travieso; las honrosas hermanas Ubiera; Pampanini; los Hermanos Lora y otros tantos cuyos frutos han transcendido el tiempo mediato. Y todo esto no necesita ejemplos ni comprobación alguna, ya que se siente y ve en quienes deben enseñar y en quienes deben aprender. Para mí, el enfermo cero, ha sido el clientelismo político, que le ha dado shah mat –jaque mate-, a todo aquello que debería de representar institucionalidad y profesionalismo. ¡Sí señor!

El Nacional

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