El públilco vibró en las presentaciones que se realizaron por tres días, del 29 de junio al 1 de julio, en la ciudad de Loulé, Portugal.
A las 8:30 de la noche del jueves 29 de junio, en Loulé, Portugal, una voz en portugués y otra en inglés anunciaban a esta banda portuguesa con el nombre del francés padre de la química llamada Lavoisier. Ellos romperían el hielo en la tarima Chafariz. Festival Med 23 se había puesto a rodar.
Este sur de Portugal regala sus hermosas playas y facilita el noventa por ciento del pescado y marisco que se come en todo el país. Por tres días, sin embargo, en esta pequeña sureña ciudad de Loulé, ubicada en la región de Algarve, lo que brotó fue música, entre otras expresiones artísticas, aparte del calor.
La XIX edición del Festival Med 23 abarcaría tres días, del 29 de junio al 1 de julio, en el centro histórico de la ciudad, cercado para la ocasión. Por este tiempo, las angostas callejuelas de Loulé verían a unas 30 mil personas pisar sus calles.
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Presentado como un festival de “Música del mundo” y organizado por el ayuntamiento de la ciudad, un promedio de 18 presentaciones se repartían en cuatro grandes escenarios y en otras tarimas pequeñas cada día.
En la tarima llamada Cerca, la portuguesa Sara Correia tocaba la sensibilidad portuguesa con el fado eterno e inmenso. Ese hiriente sonido emanaba de la guitarra y Sara conectaba con ese público cómplice.
En el escenario Matriz, la explanada rebosante de asistentes respiraba expectativas del matrimonio Amadeu & Miriam, oriundos de Mali. Acto seguido, el tema “Batoma” impactaría y de repente, el magnetismo de la pareja salió a flote, mientras el público en trance y jubiloso.
Fuimos al escenario Chafariz a saborear a la caboverdiana Nancy Vieira, su música era sosegada, tierna mientras ella conversaba animadamente con los espectadores. Nancy, quien reside en Lisboa llenó de calma y certeza la noche.
Otra vez al escenario Matriz y el reggae se hacía presente, sépalo usted, aquí hay hambre de reggae.
El legendario jamaiquino Horace Andy, residente en Londres, disparaba su dosis de la vieja escuela, con su trombonista en papel protagónico. Horace, de 72 años, daba pasos lentos en el escenario, cantando lo diabólico del dinero, raíz de todo lo malo.
De vuelata a la tarima Cerca, la oferta era del grupo Onipa. Kweku Sackey, su vocalista y percusionista, oriundo de Ghana, bailó, animó y cantó con ímpetu y energía inigualable. Con sus tres compañeros del Reino Unido, inyectaron géneros musicales africanos como el soukous y el high life aderezado con el guiño electrónico londinense.
En otro tenor, el dueto japones Tomoro nos acercó a ese mundo de la percusión oriental e instrumentos menores de percusión en la tarima Castelo, el más pequeño de los cuatro escenarios. En tanto, las gallegas Caamaño y Ameixeiras, acordeón y violín, deslumbraron.
El primero de julio, día final, tendría sus grandes atractivos. El trío de jazz de Amaro Freitas, desde Brasil fue una buena oportunidad de sumar a nuevos adeptos a ese género musical y el pianista Freitas estaría a la altura del reto.
Este festival es un espacio multicultural donde se celebra cine, gastronomía, artesanía, literatura y las artes en general. Es una jornada que enriquece al espectador. Es una fiesta popular y asequible donde todo el pueblo celebra, se encuentra, se abraza y se confunde. No hay marcas ni logos ni patrocinios exagerados invocando al consumo desenfrenado.
Además, sus ciudadanos tienen la oportunidad de participar ellos mismo en la venta de productos, como comida, artesanía y bisutería, entre otros. Y no olvidemos que el evento tiene un impacto económico en todo el comercio local.
La alegría de una genuina fiesta popular no cabe en un mundo tan mercantilizado y carente de empatía. Conservar la frescura y la singularidad, eludir las obviedades musicales comerciales y ese adecuado equilibrio de las formas deben ser parte del reto para que Festival Med siga conservando su encanto.
Por: Rafael Mieses
El autor es periodista.