En las tradicionales fiestas de fin de año suelen aflorar el consumismo y la toma de decisiones de alto impacto en el ámbito personal y familiar. La publicidad comercial induce al gasto de ingresos acumulados durante meses o de todo el año, y estimula la compra desordenada de alimentos y alcohol.
El uso abusivo de alcohol, tabaco, café y narcóticos, unido al desorden alimentario y a la reducción de las horas de sueño, convierte con frecuencia las celebraciones navideñas en una experiencia que luego se lamenta.
Aunque más de la mitad de la población mundial no consume alcohol, en sociedades con una cultura evasiva y hedonista la ingestión etílica excesiva y la embriaguez ejercen un fuerte impacto sobre la salud pública.
Todas las bebidas alcohólicas son tóxicas y perjudiciales para la salud. La embriaguez es solo uno de sus efectos más visibles, pero no el único ni el más grave, si pensamos en los distintos estados que provoca.
El consumo excesivo de alcohol daña el sistema nervioso central y periférico y puede conducir al alcoholismo, una enfermedad crónica que deteriora progresivamente la vida personal, familiar y social.
El etanol provoca lesiones en la boca, la tráquea, el esófago, el estómago, los intestinos y el hígado; además, es responsable de encefalopatía, polineuropatía, úlcera péptica y cirrosis hepática.
En personas con epilepsia, trastorno bipolar, esquizofrenia, diabetes o hipertensión, entre otras dolencias, la ingestión etílica resulta peligrosa. El consumo de drogas se inicia por imitación o por inducción de los adultos.
En los menores, el alcohol puede causar intoxicación aguda e incluso la muerte. Para el alcohólico compensado, un solo trago reinicia la enfermedad. La sobriedad no arruina la fiesta: la salva.

