En la pintura de Pedro Gallardo (Santo Domingo, Octubre 2, 1970), hay una deliberada intención de mostrar el mundo de las cosas ocultas tras el asombro y embeleso de lo cotidiano. Ese ir y latir tremendo y a la vez festivo de los micro universos humanos, que aparecen y desaparecen -lejos de la advertencia común-, más allá de su simple representación simbólica o del grado de vitalidad con que haya sido dotada por la imaginación, su imprescindible y vital referencia icónica.
Gallardo asume su paleta como un espasmo de lo lúdico, en su azorado y curioso espíritu. Expone la candidez y misterio que resguarda todo lo aparentemente inocente, como su significante y absoluto. Las cerdas que conforman su estética, se deslizan en un lienzo donde el encanto es fiereza y anonimato, soledad y encantamiento, ensueño y futuro.
Su evidenciado talento trasunta tensión y misterio, va de la abstracción, a la figuración, y cual envés de una fina ironía e inesperada eclosión del sinsentido; sus cuadros bailan, sueñan y murmuran.
El pintor sabe que mora bajo el ángel de su mano y mirada escrutadora, todo un mundo.
Sospecha de sí mismo y de su energia vital, y suele imaginar con la fiebre de su fantasmática embrionaria, el fardo de culpas y misterio de sus bondadosas y a veces terribles, historias secretas.
De ahí que permita que las cerdas de su paleta milenaria, se deslicen con la fruición de una bien aparentada inocencia, con el objetivo de develar a tiempo los sueños, y cazar las verdades ocultas que al alma del tiempo perdido contriñe, y al otro ser, en su universo esencial y primigenio revela.
Gallardo expone la candidez y misterio que resguarda todo lo cotidiano, como su significante y absoluto