El panorama de la región sería diferente el día que haya un Papa latino y un Presidente negro en Estados Unidos. Ambas posibilidades, que son hoy una realidad, se veían tan remotas como una quimera. Tan así es que se atribuye al líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, haber supeditado el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre su país y Washington a la llegada al Vaticano de un Pontífice de este lado del Atlántico y a la Casa Blanca un inquilino afroamericano. Los roles les han correspondido al argentino Francisco Bergoglio y a Barack Hussein Obama, de padre keniano y madre norteamericana de origen irlandés.
Gracias a la mediación que se atribuye al Papa, el presidente Obama ha dado el paso más trascendental para eliminar la última barrera que quedaba de la Guerra Fría al restablecer relaciones diplomáticas con Cuba. Y lo hizo con una entereza que no ha sido suficientemente valorada al reconocer que el embargo comercial ha sido un fracaso como mecanismo de presión para intentar cambiar el curso de un proceso político.
El pueblo de Cuba resistió el bloqueo, atentados criminales, invasiones como la de Bahía de Cochinos y muchas otras acciones sin doblegarse jamás, en lo que ha constituido un histórico ejemplo de coraje y dignidad. Durante ese largo período la nación se quedó sin capital económico para invertir en tecnología, pero fomentó el más valioso de los recursos: el humano.
Por aquí se dice que la mejor herencia que se puede dejar a los hijos es una buena educación. En tal sentido los líderes de la revolución cubana, encabezados por Fidel y Raúl Castro, quienes a diferencia del común de los políticos latinoamericanos no proceden de la pobreza, sino de la oligarquía, pueden sentirse satisfechos. Cuba hace muchos años que erradicó el analfabetismo y cuenta con uno de los sistemas sanitarios más equitativos de la región.
En esas condiciones es que la isla cierra un capítulo y abre otro al restablecer relaciones diplomáticas con Estados Unidos, hoy por hoy la primera potencia mundial.
La llegada al Vaticano de Francisco, quien ha dotado a la Iglesia de autoridad y liderazgo moral, ha sido uno de los principales factores en el saludable cambio que se verifica en América y el mundo. El Pontífice, quien se ha ocupado de que el ejercicio de su ministerio sea más fiel al sentido que Jesús quiso darle a la Iglesia y al papel de la evangelización, ha sido un ente de moderación y coherencia, que se ha ganado la admiración de no cristianos. Su descripción del sistema económico actual, que califica de injusto en su raíz, porque predomina la ley del más fuerte, “una nueva tiranía invisible, a veces virtual”, consolida una reputación que ha servido para abonar el campo de la reconciliación y despertar esperanzas.