Sin importar que cronistas refieran que a España no le interesaba ya el dominio sobre el territorio dominicano, que la fiebre amarilla diezmó al ejército colonial o de que las cortes españolas no querían financiar la conflagración, la Guerra de Restauración (1863-1865), constituye una singular proeza bélica, que restableció la soberanía conculcada y elevó al infinito el orgullo del gentilicio nacional.
Esa gesta adquiere aún mayor relieve histórico si se señala que tras muchos años de desgaste en sucesivas batallas contra el ejército haitiano para consolidar la proclamada Independencia de 1844 y de cotidianos cambios de gobiernos, grupos patriotas diseminados por toda la geografía aunaron valor y pasión para combatir a un bien equipado ejército colonialista asentado por decenios en gran parte de América.
El general Pedro Santana, antigua espada independentista, malogró su honor al arriar la bandera tricolor y convertir el territorio en feudo español, a cambio de un título nobiliario y a la infeliz condición de gobernador colonial, acción deleznable que desencadenó el movimiento patriótico que un día como hoy proclamó en Capotillo la Restauración de la República.
Patriotas del calibre de los próceres Ramón Matías Mella y Francisco del Rosario Sánchez, fusilado en San Juan de la Maguana, el 4 de julio de 1861, junto a otros veinte combatientes, fueron de los primeros en atender el llamado a reanudar la lucha por la restauración de la soberanía nacional, al que también se unieron Santiago Rodríguez, Benito Mención, José Cabrera y Pedro Antonio Pimentel, entre muchos otros buenos y verdaderos dominicanos.
Un bien entrenado ejército español fue derrotado en Santiago y Puerto Plata, el 6 de septiembre de 1863, por tropas al mando de los generales Gregorio Luperón, Gaspar Polanco, Benito Mención y Gregorio Lora. Siete días después se formó en la Ciudad Corazón el Gobierno Restaurador, presidido por José Antonio Espaillat.
El 25 de marzo del año siguiente retornó a la restituida Patria el prócer Juan Pablo Duarte, quien de inmediato se puso a las órdenes del Gobierno en armas, aunque después, atribulado por la discordia, se iría a padecer de un amargo y perpetuo exilio, no obstante, su obra redentora quedó inscrita con letras de oro en la historia dominicana.
Desde su instauración el gobierno colonial tuvo el rechazo de la mayoría de la población dominicana, que aun atribulada por una dilatada situación de miseria y atraso, jamás abdicó al anhelo de restablecer el sublime principio duartiano de Dios, Patria y Libertad y la irrenunciable proclama de que la República jamás volvería a sufrir la humillante condición de sierva. Por eso, ninguna otra ofensa como el coloniaje mismo, desencadenó la guerra restauradora.
Un pueblo agradecido rinde tributo hoy a los héroes y mártires de la Restauración de la soberanía nacional, extraordinario episodio independentista que elevó el nombre de República Dominicana al más elevado sitial reservado a naciones y pueblos que sustentan su identidad en el honor, el decoro y la autodeterminación.
