Editorial Opinión

Isabel II

Isabel II

La reina Isabel II murió ayer a los 96 años después de ejercer un reinado de 70 años, el más extenso en la historia de Gran Bretaña, deceso que enluta a Inglaterra, a la Mancomunidad Británica y a la comunidad internacional que reconoce su rol como jefa de Estado del Reino Unido.

El príncipe de Gales sucede a su progenitora como el rey Carlos III, que tendrá que afrontar un escenario de incertidumbre política agravado por la renuncia intempestiva del primer ministro Boris Johnson, sustituido por Liz Truss.

Isabel asumió el trono de Inglaterra a los 26 años, tras la muerte de su padre, Jorge VI, que padecía de tartamudez y ataques de ira, y que pudo granjearse la admiración de los británicos al soportar en Londres el bombardeo alemán durante la Segunda Guerra Mundial.

La reina cumplió con la promesa de que “mi vida entera, sea larga o corta, estará dedicada a vuestro servicio…”, tanto así, que dos días antes de su muerte, recibió a la nueva primera ministra Truss, a quien le encomendó la formación de nuevo gabinete.

La Casa Windsor ha sido epicentro de crisis familiares, como la abdicación de Eduardo VIII por su amor hacia la estadounidense Wallis Simpson; el romance de la princesa Margarita, hermana de la reina, el divorcio del príncipe Andrés con Sarah Ferguson, entre otros escándalos con los que Isabel tuvo que lidiar.

La reina afrontó otros momentos difíciles, como la muerte de la princesa Lady Di en un accidente de tránsito en París, que causó un oleaje de dolor e indignación que atribuyó culpa de lo sucedido al Palacio de Buckingham, o cuando despojó de sus títulos a su hijo Andrés por conducta inapropiada y de rangos y privilegios a su nieto Enrique, por denunciar acoso racista contra su esposa Meghan.

La monarca concitó el respeto de líderes de la talla de Winston Churchill, Margaret Tatcher y Tony Blair, condujo con sabiduría el proceso de salida de Inglaterra de la Zona Euro, aunque los impactos por la pandemia y de la guerra entre Rusia y Ucrania mantienen a la deriva a la economía inglesa.

Con la muerte de Isabel II, el liderazgo británico queda severamente diezmado, en momentos cuando la proclamada primera ministra aún no ha formado nuevo gobierno y sin poder despejar incógnitas que surgen en torno a Carlos III, que asciende al trono sin garantía de poseer mínimamente las cualidades que exhibió su madre durante 70 años.

El Nacional

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