Editorial

La auyama

La auyama

El verdadero rostro de la reforma fiscal que aplica el Gobierno lo confrontará cada quien cuando tribute más por una gama mayor de productos y servicios o por personas físicas y jurídicas  al presentar su declaración jurada ante la Dirección General de Impuestos Internos (DGII). Como  el de la  auyama, el corazón del consumidor sólo lo  conoce el cobrador de impuestos.

El director de la DGII, licenciado Guarocuya Félix ha dicho que el impacto de esa reforma tributaria sería de un 1.5 por ciento sobre el Índice General de Precios para todo el 2013,  pero  eso sería sólo con el aumento del  Itebis del 16 al 18% y de 0 a 10 por  ciento para otros muchos productos incorporados a ese gravamen.

Los ciudadanos sentirían el peso mayor de esa reforma por vía de nuevos impuestos a la propiedad inmobiliaria, a los vehículos, a los depósitos generados por los ahorros, a los dividendos y  en mayores retenciones  por ingresos, entre otros, lo que supone un precio mayor sobre el nivel de inflación que el que  estima el director de la DGII.

Se admite que  los incrementos de impuestos y las nuevas  figuras tributarias insertas en  esa reforma no se aplican de manera simultánea, lo que  haría menos pesarosa la carga impositiva, aunque en cualquier escenario se reduce la capacidad adquisitiva  de las grandes mayorías y se resiente el aparato productivo.

Ante tan  angustioso escenario,  las autoridades están compelidas no sólo a garantizar absoluta calidad en el gasto público, sino también absoluta transparencia en la administración tributaria, especialmente en  el trato que se dispensa a figuras como  recaudación, amnistía, evasión y elusión fiscal.

De poco serviría que  el Gobierno procure recaudar unos 46 mil millones de pesos  adicionales  en 2013 para  aliviar un pronunciado déficit  fiscal, si los niveles de evasión se mantienen  en escandalosos porcentajes de un 45 por ciento o si  la figura de la amnistía se usa para  alentar esa inconducta tributaria.

Es todavía muy elevada la elusión fiscal, que se refiere  a la no entrega  a la administración tributaria de los impuestos al consumo retenidos por comercios y empresas, lo que  constituye un tipo de infracción criminal que atenta contra  la sostenibilidad fiscal.

El ciudadano ordinario, sobre cuyos hombros se coloca el mayor peso de la carga fiscal, reclama y merece equidad en la distribución de los ingresos que se obtienen por el nuevo paquete tributario y absoluta transparencia en el cobro y administración de los impuestos,  y que se borre  para siempre  burdas formas de  discrimen, privilegios, evasión y elusión fiscal.

El Nacional

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