Editorial

La misma piedra

La misma piedra

El Partido Revolucionario (PRD) ha vuelto a tropezar con la misma piedra, lo que hace temer que padece de ceguera crónica o  que son fútiles las diligencias que se realizan para que recupere su visión y pueda transitar por el áspero camino que debe recorrer hacia un anhelado estadio de unidad y cohesión que ya se vislumbra como quimérico.

A quienes corresponde la tarea de alentar la unidad partidaria han lanzado otro balde de agua fría sobre la más reciente esperanza de un reencuentro entre líderes y dirigentes sobre la misma sombrilla blanca, otro motivo de frustración para una militancia que ya da muestras de cansancio o hastío.

Poco importa saber cuál ha sido el carnicero que propuso o aceptó la idea de repartir por pedazos la carne y hueso del buey blanco, pero ha sido lo mejor que unos ni otros crean posible saciar con esa fórmula su ilimitada voracidad partidaria, porque no es bueno que sin reabrir la Iglesia se piense en el diezmo.

De poco ha servido que voces calificadas dentro y fuera del PRD imploren por un arreglo justo y digno, en el entendido de que esa vetusta organización debe retornar a su rol de soporte de la democracia y de promotora de la pluralidad del poder.

Como ha sido antes y será después, el PRD se venció a sí mismo, porque aunque en las últimas elecciones ha recibido casi la mitad de los sufragios, no ha podido superar la salmonera del grupismo que trastorna su estómago y lo mantiene en permanente estado diarreico.

Pocos ejemplos en el mundo debe haber de un partido político que por decenas de años sostiene en términos electorales y de militancia la condición de organización de masas, que sin embargo desfallece asfixiado por una asociación de sectarismo y desmedida ambición de una parte de su dirigencia.

¿Cómo decirles a unos y a otros que las bases perredeístas se desalientan y que la sociedad está más que hastiada de un conflicto sin fin, cuyos mentores se visten de ovejas sin poder ocultar sus afilados colmillos de lobo feroz?

Ante un nuevo fracaso de esfuerzos unitarios que al parecer nunca fueron sinceros, lo menos que se puede exigir es que si no es posible alcanzar un tipo de unidad basado en principios ideológicos que sustentan al PRD desde su fundación hace 64 años, lo mejor sería que los dirigentes confrontados promuevan un buen divorcio en vez de un mal matrimonio.

El Nacional

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