(y III)
Dos sicarios (7). Dos individuos a bordo de un motor Saltamontes se colocaron -una tardecita de septiembre del 2005- en la cercanía de la puerta izquierda de mi vehículo Honda Civic, gris, mirando hacia su interior, cuando este salió del parqueo de mi residencia. El automóvil dobló tres veces a la izquierda y luego dos a la derecha, y los sujetos no se le despegaron.
Nervioso, mi hijo Enver, quien lo conducía, se detuvo en una estación de gasolina, al lado de un vigilante, y se desmontó del carro. Al comprobar que no era yo el que manejaba, los dos sicarios tocaron la corneta de la retirada.
En Iglesia (8). Tres días después -septiembre del 2005- este servidor escuchaba la misa nocturna en la Iglesia Paz y Bien, en la avenida Sabana Larga del Santo Domingo Oriental. Vieron a un sujeto extraño, que se había salido de un vehículo que le esperaba en la ribera del templo y dio alerta a dos agentes policiales que cumplían una misión protectora.
A toda carrera se metió en el automóvil, que emprendió la marcha. El desesperado (9). Era medio moreno, gordito y bajito. Se le veía un bulto en la cintura. Había subido a la segunda planta del edificio 15 de la calle El Conde, frente al parque Colón.
El desconocido preguntó por Oscar López Reyes y, al verle la desesperación reflejada en el rostro y notar la presencia de una segunda persona en la puerta, la secretaria Yudelka Vargas le contestó que no estaba, aunque yo lo estaba observando junto a otros dos aguerridos. Al contestar sospechosamente, la estudiante de comunicación social habló a todo pulmón, y los dos huyeron en un vehículo que estaba estacionado en las inmediaciones. Disparo loco (10).
El tiro se zafó, me rozó la barriga, le cruzó por por las piernas al abogado Neftalí González Díaz y entre dos sillas ocupadas sentadas dos señoras.
La bala descansó en una pared. Otros dos abogados, Naudy Tomás Reyes y Juan Vásquez, todavía están espantados. Asistíamos -24 de febrero de 2010, en un pueblo del Sur- a una audiencia en la cual se conocería una solicitud de libertad condicional de una recluta condenada a 5 años de prisión por complicidad en el citado asesinato.
Los dos sicarios actuaban por mandato de un grupo que distribuía drogas en los sectores Luperón, 27 de Febrero y Capotillo.
Con mi eliminación buscaban impunidad, seguir su negocio ilícito y ampliando su nómina de asesinatos. En el 2005, sus integrantes balearon mortalmente a la psicóloga y educadora Yanet E. López Reyes (mi hermana), en el ensanche Luperón. Tres de ellos murieron y cuatro fueron condenados por la Justicia.